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Si Ernest Hemingway levantase la cabeza se moriría de risa. El escritor y periodista estuvo en varios conflictos bélicos – entre otros en la guerra civil española- y en ninguno de ellos, que quede constancia gráfica, se disfrazó de combatiente, pero ahora para ir a una manifestación de jubilados en la que se infiltran unos cuantos radicales folloneros, hay periodistas que sin miedo al ridículo se ponen un casco de guerra y de milagro no se visten con un chaleco antibalas, mientras los fotógrafos y los cámaras hacen su trabajo sin esos ridículos aspavientos.
Pedro Sánchez es un artista. Es el único que no teme a sus mentiras y ha conseguido que todos sus empleados las repitan con una sonrisa en la boca porque no les pide que sean creativos, solo que consigan que la prensa del canuto recoja siempre las mismas frases y las reiteren hasta el vómito.
Me cuentan que se ha constituido formalmente una asociación para la indignidad en el registro de asociaciones políticas y el primer Partido que ha presentado sus estatutos, ha renunciado a mantener sus siglas anteriores para sustituirlas por el nombre del líder. ¡Todo un detalle que seguro le agradecen los viejos del lugar!
La clase como elegancia y saber estar no es un valor colectivo, tampoco está en el ADN de las personas ni en la tradición de las sagas familiares. Es sencillamente un don con el que algunos nacen, pero no se hereda ni se contagia.
Cuando se anuncia un nuevo ciclo en política se mueven las voluntades, los culos cambian de lugar y cualquier observador avezado, sin alzhéimer sobrevenido, sabe que este fenómeno se produce porque ni siquiera José Félix Tezanos se siente capaz de seguir haciendo espejismos en vez de encuestas rigurosas en las que no cree ni Pedro Sánchez.
«Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto» es un buen título de una buena película de Agustín Díaz Llanes, pero también es una oportuna reflexión que podría hacer la gente con vocación de eternidad y vida pública caduca, que están condenados al olvido o a la traición de los suyos que perciben el olor a chamusquina que emite el Cesar de cartón cuando se aproxima el momento de su derrota.
El título de esta columna “El tonto del País” no hace referencia a ningún redactor del periódico del grupo Prysa, pero aunque solamente sea por cálculo de posibilidades es posible que alguien se dé por aludido. Me refiero al típico tonto del pueblo que como en los últimos años se ha convertido en un grupo social significativo ya es masa crítica y lo cito recordando esos tiempos gloriosos en los que solo había un tonto oficial en cada municipio
Hubo una época en la que los primogénitos se dedicaban a la milicia, los segundones a la Iglesia y las jóvenes eran casaderas. Los que carecían de alcurnia trabajaban de labriegos, sus hijos de pastores, las hijas eran sirvientas y los descarriados, asalta caminos.
Si les cuento que tengo la picha hecha un lio no se lo crean. Es solo una metáfora que explica bastante bien mi desconcierto. Pertenezco a esa minoría de ciudadanos que observa lo que pasa, se dice y se escribe en este pais, sin alterarse demasiado.
Hace unas horas un numeroso grupo de iletrados asistieron con desgana a un acto parlamentario en la que un profesor sentó cátedra sobre la historia de la España actual con algunas referencias al pasado. Frente a él un grupo de obedientes empleados al servicio del abusador que decide su futuro se vieron sorprendidos porque el anciano de 90 años tenía memoria, títulos universitarios, doctorados, experiencia docente, libros publicados y pasado. Lo único que le escaseaba era el futuro.
Cuentan los viejos del lugar que un vecino entró en el bar de un pueblo y al grito de “¡Manuliño, tu mujer te está engañando con otro!” interrumpió una partida de mus de cuatro lugareños. Uno de ellos se levantó airado, tiró sus cartas sobre la mesa, salió del bar, cogió una bicicleta, pedaleó cuesta abajo, pero a los pocos metros se cayó, y en ese instante se dijo a sí mismo :
“Esto me pasa por precipitau, porque ni yo me llamo Manuliño, ni estoy casao ni sé montar en bicicleta”
No es cierta la teoría que sostiene que los hombres no sabemos hacer dos cosas al mismo tiempo. Lo más aproximado a este infundio es la reconocida torpeza que tenemos para explicar lo inexplicable cuando nos pillan con el carrito del helado, porque en ese momento nos sentimos culpables, empezamos a dar explicaciones absurdas que nadie nos ha pedido y la cagamos.
La literatura de ficción sostiene que el hombre feliz no tenía camisa, pero la cruda realidad nos confirma que el número de infelices que no hacen nada por rehabilitarse crece exponencialmente en nuestra sociedad .España es un país de cabreados. No son rebeldes sin causa, porque siempre se pueden inventar una, sino amargados sin mas proyecto personal que blasfemar contra la vida de los demás y de paso joderse la suya.
Conozco desde hace años a la juez Robles. He comido con la diputada Robles, también he compartido mantel con la ministra Robles y cada vez que he estado con ella ha merecido la pena escucharla porque tiene un alto sentido del Estado y de la Justicia, acorde con el pensamiento de los grandes juristas.
Llevo varias semanas buscando a una psiquiatra para entrevistarla en mi programa “Un personaje en busca de un autor” de Decisión Radio y no lo consigo, pero persistiré en el intento porque cada día me inquieta más lo que yo llamo “la locura silenciosa” que consiste en una psicopatía sin síntomas perceptibles que domina a quien la está padeciendo y perjudica a cualquier persona que se cruce en su camino.
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