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La incertidumbre se ha instalado, como en una brújula loca, en la vida económica, y por tanto política, española. Ni sabemos qué están pidiendo exactamente Europa, los mercados, los comentaristas internacionales, de los españoles, ni los españoles sabemos exactamente qué es lo que nuestro Gobierno está ofreciendo a Europa, a los mercados.
Asisto, como casi todos los miércoles en los que se celebra, a la sesión de control parlamentario al Gobierno. A Rajoy le interpelan todos intentando que pronuncie la palabra 'rescate', lo que, por supuesto, el presidente evita hacer, aunque no sea más que por no pisar el terreno que le marca su adversario. Son apenas cinco minutos de intercambio verbal con cada interpelante, dos minutos y medio para cada uno. Y de esto es de lo que me quejo: el micrófono, implacable, se corta con la rigidez de la mecánica, que poco entiende de momentos cruciales para un país, o de urgencias informativas, o de estrategias de comunicación.
No sé a qué están esperando el Gobierno (y la oposición) para anunciar un debate sobre el estado de la nación que ponga fin a especulaciones, bailes de cifras, reticencias y oscuridades. Cuando ya sabemos -por fin-casi todo sobre rescates a nuestra Banca, cuando ya parece que los 'cabezas de huevo' europeos se han puesto de acuerdo sobre qué hacer con esa desdichada España que protagoniza las portadas de los periódicos de todo el mundo, ha llegado la hora de la Política. Y esa Política, con mayúsculas, se hace en el Parlamento.
En la nueva era que se abrió, técnicamente al menos, el pasado 20 de noviembre, ha habido un cambio de muchos rostros en las esferas del poder. Sin embargo, no han cambiado tanto las ideas sobre cómo ejercer el Gobierno o acerca de las soluciones para nuestros problemas.
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