Es cierto que no se lo he escuchado pero es muy probable que admire a Peter Pam y lo tenga como referencia, porque ni ha crecido ni nunca será una persona madura. Su discurso se puede escribir en una cuartilla. Sus ideas fundamentales no alcanzan más de veinte líneas y sus obsesiones y demonios se reducen a odiar incluso a los suyos si se atreven a llevarle la contraria.
En el fondo tiene vocación de okupa porque no se siente a gusto en ningún lugar si previamente no ha entrado en él saltando la valla o rompiendo la puerta, y por esa razón se siente incómodo en el parlamento donde ha pasado de ser un personaje atípico a formar parte del mobiliario, porque los políticos de la casta le tratan con consideración y no responden con palabras gruesas o gestos de desagrado a sus habituales exabruptos.
Pablo siente la frustración de haberse quedado colgado de la brocha cuando su objetivo declarado era asaltar los cielos, porque ha fracasado en tres der sus objetivos que eran ganar las elecciones en primer lugar, ser al menos vicepresidente de gobierno si no ganaba o conseguir que desapareciera el Psoe.
Sabe que lo tiene crudo, a pesar de que los socialistas intentan ponérselo cada vez más fácil, y por eso ahora ha decidido hacer política antiparlamentaria en la calle cuando ha dicho que “es mentira que la política sean los parlamentos. No nacimos para transformar las reivindicaciones de la gente en parlamentarios que no muerden”
Enfrentar el parlamento con la calle es la respuesta de quienes no creen en las instituciones pero se aprovechan de ellas para disfrutar de las ventajas económicas y de poder que les ofrecen.
Enfrentar el parlamento con la calle es negar que los que son elegidos en elecciones democráticas provienen de la sociedad civil a la que pertenecemos todos, independiente me de nuestra situación económica o personal.
Enfrentar el parlamento con la calle es utilizar como antitéticos dos términos que forman parte de una misma realidad sociológica, porque el parlamento procede de la calle.
La trampa del lenguaje que utilizan habitualmente Pablo Iglesias y los dirigentes de Podemos en un ejercicio de permanente demagogia, es llamar “la calle” , “la gente” o ” el pueblo ” a los ciudadanos, porque creen que devaluando el concepto se garantizan el derecho de propiedad sobre aquellos a los que dicen representar en exclusiva.
Yo utilizo con frecuencia del término “gente” como expresión literaria pero políticamente existen los ciudadanos porque sobre ellos recaen los derechos y obligaciones en una sociedad democrática.
Pegar gritos, enseñar los dientes, levantar el puño cerrado y llamar a una huelga general preventiva contra un gobierno que no existe y un parlamento que es soberano es la fórmula de un político al que hay que reconocerle que no miente: nunca creyó en la democracia.