Absortos como estamos mirándonos el ombligo, se nos escapan a veces los acontecimientos más notables. Que una publicación francesa, ‘Le Parisien’, muestre en una encuesta que Marine Le Pen, hija del mítico –vamos a llamarlo así— ultraderechista Jean Marie, sería la política más votada de celebrarse ahora unas elecciones, parece altamente preocupante.
Que en Italia Berlusconi siga campando a sus anchas, que en Bélgica una constelación de partidos, semipartidos y grupúsculos estén al borde de fracturar el país, que en Gran Bretaña haya desaparecido, acaso para siempre, el eterno y rentable bipartidismo, que en el Parlamento Europeo se hayan colado formaciones piratas, marginales y de colores diversos, debería hacernos meditar y entonar el clásico ‘quo vadis, Europa’? ¿Está la inmigración fomentando, como ocurre en Holanda, hasta cierto punto en Dinamarca y en la vecina Francia, una inclinación hacia la ultraderecha?¿Han muerto los partidos tradicionales, aquellas clásicas ‘internacionales’ (socialdemócrata, liberal, democristiana) han pasado a ser un recuerdo merced a la aproximación de programas y el fin de las ideologías que dicta la crisis económica? ¿Cómo es posible que en un país hiperpolitizado como Francia exista tan escaso banquillo político y sigamos hablando de Le Pen, de la hija de Delors, del exmarido de Segolene y, peor aún, de un Jacques Chirac que debería estar confinado en las páginas de tribunales?
Definitivamente, algo está cambiando, y muy rápido, en una Europa donde tan solo Alemania representa ya una cierta tradición política...por el momento. Si el Viejo Continente es una suerte, a su modo, de reencarnación del Imperio Romano, estamos ante la caída, a no largo plazo, de ese Imperio, incapaz de presentar una cara unida ante los movimientos a escasos kilómetros de sus fronteras y ante el terremoto que sacude a los mercados y a las bolsas del mundo. Pero ya digo: se derrumban nuevos muros de Berlín y nosotros aquí, especulando con el morbo que pueda tener (¿) la salud de nuestros políticos, o sobre si el hombre que ahora encarna el máximo poder político anunciará la semana próxima, o la siguiente, que no piensa presentarse a la reelección. Meras gotas de agua en el enorme tsunami político que se está fraguando más allá de Tarifa y por encima de los Pirineos. Inútil pretender que vamos a salir indemnes de esa gran movida, que no estoy seguro de que sea tan deseable, y que se va a concretar en esta década por la que hemos empezado a transitar.