Primero ha sido Guerra acusando a Puigdemont y el independentismo de golpista, y a continuación ha sido Aznar quien ha puesto las banderillas de casitigo a Rajoy, instándole a actuar o a convocar elecciones
Se les pregunta y hablan y no se les pregunta y también hablan. Primero ha sido Alfonso Guerra, que no ha dudado en acusar de golpistas a Puigdemont y al resto de los líderes catalanes que piden la independencia; e inmediatamente ha salido a escena José María Aznar para exigir a Mariano Rajoy que actúe, o lo que es lo mismo que ponga en marcha lo previsto en el artículo 155 de la Constitución y deje a Cataluña sin gobierno y sin Parlamento. Eso o que convoque elecciones generales para escuchar lo que opinan el resto de españoles.
Las dos intervenciones han sido públicas, como lo ha sido la de Alfredo Pérez Rubalcaba pidiendo una reforma de la Constuticón y de los Estatutos de autonomía, empezando por el catalán; sin olvidar las palabras de preocupación de Felipe González o de José Luís Rodríguez Zapatero. Todos opinan y todos quieren influir en el futuro inmediato de España, podemos pensar que llevados por un sentido del Estado, al que ven en peligro, pero también por sus animadversiones personales hacia los actuales responsables del Gobierno y de sus respectivos partidos.
A Aznar seguro que le contestan desde el PP y a Guerra lo harán desde el PSOE de Pedro Sánchez, que sigue sin ser el partido de todos los socialistas y que ya tiene cita su "Santa santorum" para la semana que viene. La crisis de identidad que está propiciando el tema catalán amenaza con perpetuar la provisionalidad en la que viven los dirigentes políticos, a izquierda y derecha.
Se están rompiendo por dentro desde los populares a Podemos, desde las formaciones catalanas a las del resto de España. Es una pendiente que parece no tener fin y en la que no se ve el fondo. Hablamos de los partidos políticos pero es extensible a la Iglesia, a las organizaciones empresariales y por supuesto a los silenciosos y desaparecidos sindicatos.