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Comunicación es revolución

Comunicación es revolución

Por José Francisco Mendi

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Parecido no es lo mismo. El título de una de las últimas obras de los geniales Faemino y Cansado me lleva a rebelarme contra el acertado titulo de este apartado que intenta desglosar el futuro de la España del 2020 en el ámbito de la comunicación. No se trata sólo de reivindicar mi tozudez aragonesa sino de resaltar la importancia en el orden de estas dos variables. Es posible que en esta frase el orden de los factores no altere demasiado el producto pero sí lo potencia.

Los medios de comunicación han sido, son y serán elementos clave de las transformaciones sociales. De ahí la importancia, y la crueldad a veces, de las batallas económico-mediáticas que vivimos y sufrimos por el control de la comunicación.

El siglo XX desarrolló la comunicación de los medios hacia los ciudadanos. A comienzos del siglo XXI vivimos la etapa de comunicación con los ciudadanos y ya comienza a extenderse lo que será una realidad en la tercera década de nuestro siglo: la comunicación de los ciudadanos. Eso no prefigura, necesariamente, una mayor democratización y transversalidad en la fluidez de la circulación de la comunicación, pero al menos garantiza otros protagonismos que podrán ser confluyentes, complementarios, contradictorios o alternativos a la información tradicional.

El medio, la Red en este caso, es revolucionario en sí mismo con independencia de los contenidos que circulan en su seno. Partimos de una cierta contradicción que no conviene olvidar. Se trata del primer instrumento revolucionario de libertad de ámbito exclusivamente privado. Lo que sería una gran paradoja desde una concepción marxista. Sería difícil concebir hoy una red de carreteras exclusivamente privada por la que todos tuviéramos que pagar con independencia de que circuláramos por autopistas o caminos polvorientos. Y sin embargo la habilidad de gobiernos y empresas han conseguido que veamos con naturalidad el pago de tránsito por la Red. Así lo viven ya nuestras primeras generaciones de jóvenes digitales OS (Operating System). Y no se me enfaden por las siglas de estos JODIOS que me salen de unir las cuatro palabras. Ellos y ellas han nacido con internet pero pagando por tenerlo. Y si no abonan una tarifa plana (ellos o sus padres) la búsqueda de una wi-fi gratuita es más importante que encontrar un establecimiento de comida rápida en una gran superficie. Al final van unidos claro. Espíritu (y necesidad) comercial.

Volviendo al artículo que me ocupa debemos reconocer que a pesar de disponer de un medio privado revolucionario, la influencia pública es más que notable. Las movilizaciones de denuncia contra el PP tras los atentados del 11-m tiraron de sms. Hoy el movimiento del 15-m funciona a golpe de Twitter, Facebook, Tuenti... etc., como vanguardia de red social. Los medios tradicionales de comunicación se han sumado a este tejido colectivo como otra forma de relacionarse con sus lectores y los partidos con sus electores.

Hablamos más de conectividad que de interactividad real. La verdadera revolución llegará cuando los informados puedan decidir sobre la información. Y los electores ser dueños permanentes de sus decisiones. La época en que la información era formación se transfiguró en aquella en que la información era poder. Ahora el poder sigue estando ostentado por los mismos pero se ha creado una red alternativa que provoca y llega a determinar la propia información de las vías tradicionales. Lo hemos visto en la Puerta del Sol de Madrid. Decenas de medios y parabólicas para relatar un sentimiento expresado por la Red que despertaba del letargo la anodina campaña electoral del 22 de mayo.

Decía McLuhan que el medio es el mensaje. Hoy el medio es la revolución. Y la revolución se llena de contenido y mensajes. Ahora bien, la información es libre y ¿debemos pagar por ella? Una gran contradicción. Me refiero por el simple acceso y no por disfrutar de otros contenidos de calidad que deben contribuir al mantenimiento de una profesión tan vilipendiada y degradada como es el periodista, que está sufriendo en sus carnes y en su bolsillo el ahorro de costes de las empresas de comunicación.

Sin embargo, esos mismos medios que, en ocasiones, respaldan sin fisuras el libre intercambio de archivos entre particulares sin ánimo de lucro se resisten a compartir la información más básica que crean con la aportación de la propia Red. El modelo no es sostenible. Se impone una revolución del propio modelo de conexión entre la ciudadanía, los titulares de la Red y los soportes de contenidos si de verdad queremos democratizar el sistema.

La defensa de un servicio público, universal y gratuito de Red wi-fi me parece imprescindible como servicio público para y con los ciudadanos. Otra cuestión es el uso o abuso de la utilización de los canales de comunicación virtuales para otros fines. Creo que ahí puede y debe estar el negocio compartido con los titulares de la Red. De la misma forma que hoy podemos viajar entre dos localidades utilizando una autopista de peaje o gratuitamente. Pero siempre existe la posibilidad de la comunicación sin tener que pagar (porque ya lo hemos hecho con nuestros impuestos), eso sí de forma más incómoda, lenta e incluso peligrosa.

De ahí que me incline hacia un modelo mixto de Red en el que se garantice el servicio básico esencial abierto y universal que cumpla unos mínimos de accesibilidad junto a una escala variable de pago en función del nivel de uso. De esta segunda parte variable se deberían nutrir las empresas suministradoras de contenidos a través de ingresos dependientes del uso lucrativo del mismo. Ya sean medios de comunicación privados o empresas de diferentes rangos de negocio que contribuyen y se nutren de los volúmenes de conexión y acceso.

Supongo que la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones podría ser un buen intermediario de contar con los medios suficientes tal y como hoy se encarga de mediar a través de la financiación de la radiotelevisión pública española. En resumen, carreteras gratis para todos y todas y pago exclusivamente en función de la utilización de autopistas para un mayor uso privado, de servicio “Premium” y/o lucrativo.

He querido desarrollar una teoría del modelo del medio en Red que aún a riesgo de ser considerada utópica o ingenua, debe ir pareja a la defensa de la función de la comunicación como revolución. La comunicación será revolucionaria si es democrática y para ello debe permitir el acceso a la misma en condiciones de igualdad y capacidad de intervención. Por eso me parece tan importante hablar del cómo y no sólo del para qué.

Pero no rehuiré el debate de fondo de esta España 2020 en la que la comunicación ya se denomina 20.0, haciendo honor al título de este libro. La denominamos así porque la construimos así. Es una información que suma la estrategia de Red, las alternativas desde la Red y el funcionamiento del propio sistema democrático. Ya no es necesario que los usuarios de Red, esos seres que definía en mi libro “Rojos en la Red” como auténticos “redícolas” aislados del sistema y aislables por el sistema, construyan su propia red de comunicación porque ya son parte de ella.

Esta sería la parte más compleja de la verdadera interactividad. El momento en el que la democratización de la comunicación se desarrolla en paralelo a la participación institucional y a la propia capacidad de decisión. En la España del 2020 los partidos políticos ya no serán como los conocemos hoy. No podrán serlo. Los ciudadanos y ciudadanas podrán votar desde su domicilio y podrán retirar su confianza en cualquier momento obligando a una mayor y mejor comunicación entre representantes y representados. No sonaran las alarmas sólo cada cuatro años porque el nuevo sistema electoral permite y convierte en obligatoria, sin serlo, la relación entre representantes y representados.

Aquellos vanguardistas del año 2011 que gritaban en las calles, ahora hace nueve años, “no nos representan” son ahora los nuevos representantes institucionales que han llegado a los hemiciclos de la mano de su tecnología digital democratizada. Las leyes han tenido que reformarse y actualizarse para que, parafraseando a Suárez en lo que sería nuestra segunda transición, lo que ya es normal a nivel de calle lo sea en el propio sistema democrático. Pero esta vez se trata de una transición del propio sistema dentro de la democracia.

La comunicación así se ha vuelto verdaderamente revolucionaria. Sus protagonistas son los ciudadanos y no sólo los grandes grupos de comunicación. Estos también han tenido que reformarse. Ya no sirven como filtros que transforman la información en opinión según sus intereses empresariales. Son elementos de comunicación sometidos a las mismas reglas de transparencia y honestidad que los representantes políticos. Se acabó la época en que los medios de comunicación tenían como objetivo la privatización de la opinión pública según sus intereses. ¡Qué gran paradoja!

Así es la comunicación en la España del 2020 que me gustaría ver, sentir, sufrir y sobre todo, querer. Quizás no sea posible. Puede que algunas de estas ideas cuesten mucho más de lo deseado hacerlas realidad, pero los sueños están para cumplirse. Como dice una de mis frases favoritas: “Las utopías son como las estrellas, quizás nunca lleguemos a ellas, pero guían nuestro camino”.


(*) José Francisco Mendi es psicólogo y ha sido responsable de comunicación electoral de Izquierda Unida, miembro de su comisión permanente y de su consejo político. También ejerce como asesor de la consejera propuesta por IU para el Consejo de Administración de RTVE, Teresa Aranguren.

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