“Todos los ojos están en una cosa: el dólar”. Es lo que decía al final de esta semana un estratega de mercados emergentes. Y tiene razón. Podría no parecerlo, porque no es del dólar de lo que se habla, sino de aquellas divisas que están al otro lado del par. Y es que la violenta depreciación del peso argentino de los últimos días (acumula un 15% desde inicio de año) y la respuesta de su banco central elevando los tipos hasta el 40%, han puesto en primera página mundial a los mercados de divisas. Su famoso bono en dólares a 100 años emitido con fuerte demanda en junio pasado y que se negociaba a la par a comienzos de este año, llegó a pagarse a 0.85 centavos el dólar el viernes; y eso que según el ministro de finanzas el país tiene cubiertas sus necesidades de financiación para este año en un 80-85%. La pretensión del actual presidente de convertir Argentina en un “país normal” se pone a prueba, sin que aparentemente el país haya registrado más novedad que las ventas de deuda local por parte de inversores extranjeros ante la inminencia de un cambio fiscal sobre las ganancias de capital. Hace 18 años, el peso rompía su anclaje 1:1 con el dólar. El viernes se cambiaba a 22 pesos. La historia pesa en un país donde la cotización de su moneda es seguida más que diariamente por los argentinos, que creen ver en los episodios de fuerte depreciación del peso el anuncio anticipado de futuras catástrofes financieras.
El peso argentino solo ha sido el último en sumarse a la lista de “víctimas” emergentes del resurgir del dólar.
Aún si hubiésemos de aceptar que esto fuese de nuevo así, los problemas argentinos por su depreciación cambiaria solo serían la manifestación idiosincrática de un problema que está afectando desde hace semanas a otros mercados emergentes, cada uno con sus propios desencadenantes, pero en todos ellos con un nexo común: los inversores extranjeros que tanto buscaron las emisiones de emergentes para tratar de cubrir con su mayor rendimiento el que no obtenían en las emisiones de los países desarrollados, ven ahora lo que no han querido ver durante meses, y llegado el bono americano a 10 años a la frontera del 3%, consideran que los tipos norteamericanos ya pagan suficientemente bien el riesgo y están decidiendo modificar sus portafolios para evitar verse atrapados con demasiada posición en emergentes. Es decir, no se trata tanto de la reacción violenta a la manifestación de un inesperado desequilibrio que después se contagia, como del inicio paulatino de un ajuste en las carteras de inversión ejecutado a golpe de los ritmos locales respectivos. La resistencia de la parte larga de la curva norteamericana a responder con subidas al alza de los tipos de corto plazo manda un mensaje que de pronto es escuchado, con repercusiones más destacadas donde más se concentró el interés de los buscadores de oportunidades. La relación del dólar con el euro también acusa este ajuste, acentuado por el moderado crecimiento de la eurozona en el primer trimestre, pero a salvo de la geopolítica, tiene un recorrido limitado “gracias” a las políticas de EE.UU. de comprometer el delicado equilibrio que siempre había cuidado.
No será así como se rompa la desconfianza sobre el dólar que se inició en 2017, pero puede verse frenada durante unos meses; los que transcurran hasta las legislativas norteamericanas de noviembre. Como consecuencia, es posible que el dólar aparente un falso resurgir pero que en la relación euro/dólar no sea suficiente más que para acercarlo, si acaso, a la zona baja de un rango que no rompería su actual tendencia a la debilidad: 1,12-1,15. Para ir más allá se necesitan condiciones que, hoy, no se dan.