El escalofrío de los 11 títulos
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El escalofrío de los 11 títulos

lunes 11 de junio de 2018, 04:52h

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El mismo escalofrío recorrió varios millones de cuerpo cuando en el tercer set, con Rafael Nadal camino de la nueva gloria, los dedos de la mano izquierda del tenista mallorquín se tornaron rígidos. Ganaba por 6-4- y 6-3 y Dominic Thiem parecía resignado a la derrota. En ese momento y tras un saque que le colocaba con 30 a cero, se paró, miró al árbitro, y pidió que entrara el fisio. ¡No podía suceder, Nadal no podía retirarse lesionado cuando estaba a unos golpes del triunfo ¡.

El susto dejó paso a la emoción del último juego. Tres saques y a por la Copa de los Mosqueteros, debieron decir todos los que miraban la final de Roland Garros en el estadio o en sus casa. Y no, de nuevo un empate y otro empate y...la victoria, la increíble victoria de un deportista que demuestra con los hechos que la voluntad está por encima de las dificultades.

A Rafael Nadal se le ha “enterrado” varias veces, tantas como han sido sus periodos de reposo, de volver a mirar en su interior y buscar las soluciones. Reinventarse e incluso cambiar del tio Toni al amigo Carlos para seguir ganando, para sumar unos números imposibles en el tenis e incluso en el deporte mundial. En pista de tierra es casi imposible que algún sucesor alcance ese número de victorias con una raqueta en la mano, y en título de Grand Slam tan sólo Federer le aventaja. Atrás quedan nombres como Pete Sampras, Novak Djokovic, Bjor Borg, Rod Laver...leyendas de una historia que Nadal sigue escribiendo a sus 32 años recién cumplidos.

El austriaco Thiem no fue un rival fácil pese a las estadísticas de los tres set. El partido duró tres horas, con juegos de auténtica locura, saques a más de doscientos kilómetros por hora, muchos, y unas dejadas que hubieran roto las piernas y la cintura a la inmensa mayoría de los mortales. Nadal parece que no es mortal cuando es capaz de restar esos misiles, cuando es capaz de llegar a las dos esquinas del campo de juego, cuando resiste desde el fondo por no tener más remedio y cuando saca el revés cruzado para llevar la bola más allá de lo que los brazos de su rival alcanza.

Se va de París conservando el número 1 y los cien puntos de ventaja sobre su gran rival de los últimos quince años. Veremos que pasa en la hierba de Wimbledon y las pistas duras y rápidas de Estados Unidos y Australia. Aparecerán más rivales, sin duda, pero ayer, en París, con once títulos en su bolsillo, una ovación interminable por parte del público y unas lágrimas en sus ojos, Nadal era de nuevo el mejor embajador, la mejor imagen de esta España que parece querer reinventarse cada día.

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