Las broncas en el PP: ¡Vaya tropa!
martes 21 de octubre de 2014, 21:41h
Cuando Rajoy era jefe de la oposición frente a Zapatero una de las frases más célebres que acuñó fue la de “¡Vaya tropa!” refiriéndose a las peleas de gallinero que protagonizaban los más altos dirigentes del PP, especialmente el ahora ministro de Justicia y entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Galardón, y la presidenta de la Comunidad madrileña, Esperanza Aguirre. Desde entonces y salvo contados momentos en que esas y otras disputas se silenciaron un poco por la inminencia de la victoria electoral del 20-N, las divergencias entre los líderes más destacados de la derecha española no han hecho más que crecer y algún día provocarán la ruptura del PP como ya le ocurrió a la UCD. Hay quien habla ya de la inminencia de la aparición de un nuevo partido -que se reclamará, como no, de centro derecha- que está esperando el momento en que Rajoy se pegue la segunda bofetada electoral (la primera fueron las elecciones andaluzas y asturianas).
El primero en intentarlo ha sido el ex número dos de Aznar, Francisco Alvarez Cascos, que logró poner su pica en Asturias –con la ayuda de Esperanza Aguirre y otros dirigentes del PP, no lo olvidemos-, aunque durara menos de un año. El propio Rajoy le espetó a Aguirre en la cara que si quería ejercer de ultraliberal formara su propio partido fuera del PP. El ex presidente valenciano, Francisco Camps también podría acabar saliéndose de la línea de Rajoy si éste no cumple las promesas que le hizo de darle alguna canonjía en forma de Embajada en El vaticano. Ganas no le faltan ni tampoco a Rita Barberá, la alcaldesa de Valencia, que no le perdonará al líder de su partido la forma en que echó a Camps.
El cáncer del PP, sin embargo, se encuentra, sin embargo, localizado en el interior del partido, en sus disputas internas que pueden saltar en cualquier momento. La derrota electoral en Andalucía, ha hecho aterrizar en Génova, la sede central del partido, a Javier Arenas y ha provocado una mayor depresión de la que ya tenía a la secretaria general Dolores de Cospedal que desde que se formó el primer Gobierno de Rajoy se siente “perdida” en un partido que cuenta poco para el actual ocupante de La Moncloa. Dividida entre sus dos puestos: el de presidenta de Castilla La Mancha y la dirección del PP, De Cospedal solo aspira a ser ministra cuanto antes en la idea de que su destino, como el de Soraya Sáenz de Santamaría, con la que no se lleva nada bien, está unido intrínsecamente al de Rajoy. Si el actual líder del PP sigue podría aspirara a alguna cartera, pero si cae, su futuro será Toledo, la capital castellano manchega.
Según la versión oficial, Arenas tiene el encargo y plenos poderes para poner orden en todo lo referente a política autonómica, desde las distintas propuestas de reducción de las cámaras regionales al futuro papel de las Diputaciones o la concentración de ayuntamientos, un papel en estos momentos mucho más importante que el que tiene De Cospedal, en un momento en que algunos dirigentes regionales empiezan a ir por su lado sin consultar ni comunicar sus iniciativas a Génova y los alcaldes se resisten a perder competencias entre otras cosas porque no se les consulta previamente.
La decisión de Alberto Nuñez Feijóo de no aplicar en toda su extensión la orden del Gobierno de eliminar la sanidad universal para los inmigrantes sin tarjeta sanitaria no es más que la punta del iceberg, que se ha vuelto a ver en el intento de José Antonio morago, el presidente extremeño, de no subir el IVA a los servicios culturales y dejarlo en un 13%.
Por no hablar del enfado de la madrileña Aguirre por la subida de ese IVA después de que en tiempos de Zapatero ella lanzara una campaña callejera contra el incremento de este impuesto, campaña en la que participó de forma muy activa el propio actual presidente del Gobierno. La “rebelión” de la lideresa puede irse incrementando a medida que el Gobierno impulse más subidas de tasas e impuestos. El consejero de Economía madrileño, Pablo Cavero, ha dado una rueda de prensa para criticar que Rajoy ha reducido las transferencias del dinero a Madrid en un 8,3%, algo que ha sentado muy mal en la Puerta del Sol.
En el Gobierno de Rajoy hay ninguna ninguna camaradería ni unión real. Ha bastado que estallara un pequeño conflicto con motivo de la excarcelación del etarra Bolinaga, enfermo terminal de cáncer, –algo que en cualquier otro país hubiera pasado desapercibido- para que los ministros - ¡vaya tropa!- se pusieran cada uno a dar su opinión. El titular de la cartera de Interior, Jorge Fernández, ha recibido críticas no solo de las asociaciones de víctimas del terrorismo –que el PP usó como ariete contra Zapatero- sino de Esperanza Aguirre y, eso ha sido lo peor, de Alberto Ruiz Gallardón, que desde ejerce de ministro de Justicia ha optado por levantar la bandera de la extrema derecha, que ya ejerció en sus tiempos de estudiante como miembros de los famosos guerrilleros de Cristo Rey. En este como en otros muchos casos, Rajoy ni ha levantado la mano para tratar de poner orden. Simplemente prefiere tenerles divididos.
Cada ministro va por su lado, como se vió en la disputa, que sigue sin resolverse, entre el de Hacienda, Cristóbal Montoro, y el de Industria, José Manuel Soria, a cuenta de la factura eléctrica , cuyo déficit sigue aumentando a pesar de que los ciudadanos pagamos más del doble de lo que consumimos. Es decir, ya se paga más por los impuestos, tasas para las nucleares y las renovables, y otras prebendas, que por lo que se consume en electricidad. Montoro quiere acabar de un plumazo con toda la inversión en energías solar y eólica, pero sin reducir el pago de las tasas que irían a enjuagar el déficit histórico. Cortar, cortar y cortar, ese es el único plan de Rajoy.
Ha pasado un tanto desapercibida otra gresca que está por llegar y es el continuo aumento del precio de los carburantes, cuyo precio en las gasolineras ha subido en el último año más de un 30% y en algunos casos un 50%. Hasta ahora las petroleras echaban la culpa a los impuestos y a las convulsiones políticas en los países árabes, pero la realidad es que existe un monopolio que impone los precios por encima de cualquier control del Gobierno, lo que ha obligado al ministro de Industria, Soria, cuando la cosa ha llegado a ser muy descarada, a decir que había que tomar cartas en el asunto. Algo así como si el consejero delegado de una marca de automóviles se quejara en público de que están vendiendo ellos mismos los coches demasiado caros.
En la reciente visita de Angela Merkel a Madrid ha sido muy evidente la ausencia de ministros del propio Gobierno. Rajoy y su segunda, Soraya Sáenz de Santamaría, pasan cada vez más de los titulares de las carteras ministeriales, que reciben las órdenes por teléfono o por whatsApp, de la misma manera que en tiempos de Franco el dictador lo hacia a través de un motorista y desde El Pardo.