Las críticas que se le pueden hacer a Mariano Rajoy son muchas y durante mucho tiempo prevalecerán sobre cualquiera de sus virtudes y aciertos. Es el pago por ejercer el poder de forma omnímoda y sin dar explicaciones. El hiperliderazgo tiene en las despedidas ese lado amargo. Su sucesor, sea quien sea, tiene que estar preparado para encarar unos años - más que meses - de oposición. Tiempo para cambiar el Partido Popular, por dentro y por fuera, para dotarlo de nuevos programas, nuevos liderazgos a todos los niveles, para decidir qué modelo de Estado quiere defender, qué modelo de convivencia, qué modelo de Europa.
Es en esa Europa de hoy, que Pedro Sánchez va a explotar como una de sus señas de identidad tras el largo parón en nuestras relaciones exteriores que hemos tenido con los gobiernos del PP, en la que el “renacido” PSOE ha puesto una buena parte de sus esperanzas. El presidente “por sorpresa” no ha dudado lo más mínimo: ha profesionalizado la gestión de su Gabinete y lo ha acomodado a los tiempos de reivindicación femenina que se necesitaban. Conocedor del tiempo escaso de que dispone y de que su actividad de gestor de los asuntos públicos tiene dos corsés muy importantes: los Presupuestos Generales aprobados apenas 48 horas antes de su asalto al poder, por un lado, y el control de las cuentas públicas que efectúa la Unión Europea desde la distancia de Bruselas, por otro, dedicará sus esfuerzos y los de sus ministros a prepararse para su gran examen, las elecciones generales. Unos comicios que en su entorno sitúan más en 2019 que en 2020, dependerá de los resultados de las municipales, autonómicas y europeas de junio de ese primer año.
Para entender al presidente Pedro Sánchez conviene examinar la historia como gobernante del presidente Felipe González. Utilizó el Gabinete para “someter” poco a poco y de forma implacable al “guerrismo” de su vicepresidente hasta propiciar su salida del poder; distribuyó los Ministerios teniendo en cuenta las aportaciones territoriales y beneficiando de forma descarada a Cataluña hasta el punto de pensar en 1992- cuando decidió abandonar La Moncloa - dejarle la presidencia al que había sido titular de Defensa, Narcís Serra, que hubiera tenido de número dos a José Bono, por entonces presidente de Castilla la Mancha y que, casualidades del destino, terminaría por ocupar ese Ministerio doce años más tarde. Y si escogió para aquel superministerio de Economía y Hacienda al liberal Miguel Boyer, bien visto por Europa, otro tanto ha hecho Pedro Sánchez con la igualmente liberal Nadia Calviño.
Mirar y comparar el resto de aquel y este primer equipo lo dejo al interés de cada uno, pero si el primer portavoz de González llegó desde la radio y se llamaba Eduardo Sotillos, ahora llega desde ese mismo medio con el cargo de Secretario de Estado y se llama Miguel Angel Oliver. Y hasta el ahora tan buscado y adulado Ivan Redondo tiene su antecesor en aquel Julio Feo, tan guardián de los secretos de La Moncloa como terminará siendo el “spin doctor” educado en Deusto. Ambos dos, ahora y por siempre, a años luz del hombre que más tiempo ha pasado a la sombra de dos presidentes, José Enrique Serrano, la gran biografía del poder que está por escribir.