La estructura política de España en nada se parece a la que había antes de 1978. La Constitución necesita cambios pero los ·Estatutos de las 17 Autonomías los necesitan aún más y con mayor urgencia
La estructura política de España en nada se parece a la que había antes de 1978. Y nada tiene que ver con la que venía de siglos atrás. El gran cambio no ha estado en la Constitución, ha estado en los Estatutos de Autonomía. Y las reformas necesarias deben comenzar por ellos.
La Constitución necesita cambios pero los ·Estatutos de las 17 Autonomías los necesitan aún más y con mayor urgencia. Hablan todos los políticos del envejecimiento que se ha producido en nuestra Carta Magna desde que fuera aprobada por una abrumadora mayoría en 1978, pero ninguno se plantea que los vicios y carencias que se observan en la primera son fácilmente visibles en los segundos. Los que quieren llevar las modificaciones al límite, que es el que habla de la Monarquía, plantean que sean los españoles de hoy los que vuelvan a decidir sobre lo que decidieron los españoles de aquellos años, justo apenas tres desde que se muriera Francisco Franco. Creen que en un Referendum ganarían los partidarios de la República y que sólo así se volvería a la “legalidad” rota en 1936 por el Levantamiento militar y la posterior Guerra Civil.
Un “aspecto” que consideran tan crucial como decisivo para someter a un chequeo completo a la Constitución de 1978 es la posición que tenían los Ejércitos y sus generales cuando un año antes y para que pudiera concurrir a las primeras elecciones democráticas se legalizó al Partido Comunista. Se quedan con lo aparentemente malo y se olvidan de lo bueno. Que había presiones y precauciones es evidente. Pero la valentía que demostraron los políticos de aquella generación, los que venían del franquismo, los que se estaban alejándose del mismo, y los que volvían del exilio logró que la democracia regresara a toda velocidad.
No hay forma de saber qué hubiera pasado si todo lo que se hizo en apenas 18 meses hubiera necesitado los 10 años como mínimo que pronosticaban algunos liberales, y desde luego si se hubiera impuesto lo que deseaban los más intransigentes, que era que se mantuviera la estructura política del franquismo sin Franco. Es necesaria la memoria y la lectura de nuestra historia. No hace falta haberlo vivido aunque los que lo hicimos no podemos olvidar y menos ocultar que lo que hoy tenemos es posible sobre todo por el esfuerzo - interesado pero real y peligroso - del Rey Juan Carlos, la habilidad del presidente Suárez, y la inteligencia del secretario general del PCE, Santiago Carrillo.
Antes hay que alabar la generosidad de los procuradores de las Cortes franquistas, que se disolvieron sin más problemas tras un gran discurso de Fernando Suárez, al que no se ha reconocido públicamente la labor y el mérito de aquel liderazgo. Es historia reciente que la mayoría de la actual clase política desconoce o quiere desconocer. Prefiere mantener los viejos prejuicios que llevaron a este país a estar enfrentado consigo mismo desde hace decenios.
Han pasado 40 años y convendría que pasaran otros tantos antes de volver a empezar. 1978 es nuestro democrático año cero, pero no podemos convertir este inicio del siglo XXI en otro punto de salida. Son necesarias las reformas, sin duda, pero convendría iniciarlas con los añadidos que se han ido colocando a la Constitución para que 17 Autonomías hayan convertido su propia justificación en una historia de la que carecían tal y como la están reescribiendo ahora y en la que incluso busquen justificar lenguas y hechos que, de existir, en nada se parecen a lo que desean los que los reivindican.
España lleva mal cosida en los últimos trescientos años, cuando el centralismo monárquico sustituyó con pequeñas excepciones a los antiguos reinos que tenían jurídica, social y políticamente personalidad propia. Esa es una parte de la verdad, la que mira al pasado; la de hoy y la del futuro tienen poco que ver. De igual manera tienen poco que ver las diferencias que se marcaban en las dos vías para desarrollar los Estatutos de Autonomía dentro del título VIII de la Constitución, que diferenciaba a las llamadas Comunidades “históricas” de las que no lo eran. 40 años después ninguna quiere ser menos que el resto y ponen en sus máximos a Cataluña como el ejemplo a seguir, con independencia del color transitorio de sus gobiernos.