De aquellos tiempos a los de apenas unos años habia un nacionalismo de derechas , el de Xavier Arzalluz, Carlos Garaicoecha y José Antonio Ardanza en Euskadi; y el de Jordi Pujol y Josep Antoni Durán y Lleida en Cataluña, que estaba dispuesto a apoyar tanto al PSOE - más fácil con Felipe González - como al PP - más complicado con José María Aznar - siempre que uno y otro fueran asumiendo política y sobre todo económicamente sus pretensiones, y les acompañaran en sus silencios.
Aquel pacto no escrito pero muy efectivo permitió que durante los primeros 30 años de la estrenada y monárquica democracia española ésta funcionara mientras se desarrollaba nuestro mapa autonómico, nuestras instituciones política, sociales y económicas, y para que España fuera reconocida de pleno derecho en Europa.
También permitió que el lado escuro que tiene todo sistema político creciera y que a base de pactos y pactos y pactos se fuera corrompiendo la vida pública en toda su extensión, con las alcantarillas llenándose de secretos y dossiers listos para salir a la superficie; y que los trasvases o puertas giratorias entre los cargos públicos y los sillones en las grandes empresas convirtieran a unos y otros rehenes del mismo dios, el dinero.
Ahora, el nuevo nacionalismo que se inicia con Iñigo Urkullu y Andoni Ortuzar en Euskadi; y que se prolonga en Cataluña desde Artus Mas a Joaquim Torra pasando por Carles Puigdemont, no ve en la derecha española posibilidades de apoyo a sus inacabables deseos políticos y económicos; y entre cárceles y voluntarios e interesados exilios ha decidido mantener un curioso “baile” de declaraciones y acercamientos con la izquierda nacional pensando que le favorece la estrategia del PSOE de Pedro Sanchez para mantener en pie el gobierno de los seis partidos, y para que el liderazgo de Pablo Iglesias al frente de Podemos se mantenga pese a las numerosas vías de agua que las formaciones y “familias” más radicales abren en el Movimiento un día sí y otro también.
Con Pujol e incluso con Mas en la Generalitat hubiera sido muy difícil que Sanchez estuviera hoy en La Moncloa. Ni ERC habría tenido la fuerza que tiene, ni ninguno de los dirigentes de la fenecida Convergencia habría pactado y apoyado una moción de censura en la que también estaban Podemos y hasta Bildu. E incluso es más que posible que en esos equilibrio el PNV no habría pactado unos Presupuestos Generales para 24 horas despuésm sumarse al tsunami que barrió a Mariano Rajoy y al PP del gobierno.
Ese escenario que existe hoy es el que le permite a Sánchez gobernar e intentar que la Legislatura dure hasta su finalización en junio de 2020 o, en el peor de los casos, hasta finales de 2019. Ya habrán pasado los comicios en Andalucia y los autonómicos, muncipales y europeos de finales de mayo. Todos los grupos, los de caracter nacional y los más volcados en Cataluña y Euskadi, habrán sacado sus conclusiones buenas y malas, algunos dirigentes se habrán caido de sus sillones, y ante las elecciones generales se planteará qué hacer el día después.
Sin mayoría absoluta y muy lejos de la misma, llegará la hora de las matemáticas parlamentarias. Los 350 escaños del Congreso decidirán quién y cómo va a gobernar este país hasta 2023/4. Y si hacemos caso a lo que dicen las encuestas públicas y privadas, con más o menos “cocina” en sus predicciones de parlamentarios que pueden conseguir cada formación, veremos que el posible ganador, el PSOE de Pedro Sánchez, no pasará de 110 escaños, por lo que es muy difícil que con los 40/50 que le atribuyen en el mejor de los casos a Podemos puedan llegar a la mayoría que les permita inaugurar un gobierno de concentración de izquierdas. Tampoco si les apoya la ERC de Junqueras con sus 9/10 representantes, que es quién aparece como más proclive a la negociación actual y futura.
De nuevo nos econtramos con la derecha nacionalista del PNV y del PDeCat. Los 5/6 escaños de los primeros y los 6/7 de los segundos serán necesarios para pasar la barrera de los 176 votos del Congreso. De nuevo cuatro fuerzas para mantener un programa y una Legislatura.
Desde la derecha nacional, la que representan el Partido Popular de Pablo Casado y los Ciudadados de Albert Rivera pueden creer que lo tienen más fácil, que si los populares se mentienen en los cien escaños y los “naranjas” consiguen superar los cincuenta puede que rocen y hasta superen la barrera exigida en el Congreso para hacerse con La Moncloa. Tendrían que llegar a los 170 para con la ayuda del PNV y el voto solitario de Coalicción Canaria volver al poder. Es muy difícil que la derecha catalana vaya a apoyar esa alternativa a la que consideran muy lesiva para sus intereses. Y el propio PNV tendría que “vender” a los suyos esta nueva pirueta en la que junto al PP tendría como compañero a un Ciudadanos opuesto de raíz a aumentar la autonomía en esos dos territorios.