A la que fuera segunda lideresa del PP madrileño la persiguen dos palabras, “vae victis” (ahi de los vencidos ), pronunciadas por el jefe galos de los sesones tras conquistar Roma
Dos palabras persiguen a Cristina Cifuentes desde hace once meses. Si hacemos caso a los historiadores Diodoro Sículo y Tito Livio las pronunció hace 2.409 años el jefe de la tribu gala de los sesones tras conquistar Roma y escuchar las quejas de los vencidos.
En la negociación con los tribunos romanos Breno, que así se llamaba el caudillo “francés”, ante la protesta de éstos por lo que consideraban trampas en el peso del oro que debían pagar por la liberación de la ciudad, hizo dos cosas: puso su espada en la balanza y pronunció la frase que ha recorrido la historia desde entonces: “vae victis” ( ahi de los vencidos ).
La espada de la ley ha puesto en la balanza del futuro juicio por el “caso master” tres años y tres meses de posible condena sobre su cabeza. Vencida y abandonada por todos, la que fuera vicepresidenta de la Asamblea de Madrid, delegada del Gobierno en la Comunidad y presidenta de la misma durante casi tres años, nunca pudo imaginarse que sus deseos de tener un master universitario que reforzara su curriculum pudiera llevarla ante un tribunal bajo la amenaza de cárcel.
El 14 de enero de 2012 el gobierno de Mariano Rajoy la nombraba delegada en la Comunidad de Madrid. Salía de la semi oscuridad política en la que había vivido e iniciaba una fulgurante carrera en el interior del Partido Popular que la llevaría a convertirse en presidenta tras las elecciones autonómicas de 2015, por tan sólo un escaño de diferencia.
Se alejó de Esperanza Aguirre y de Ignacio González, que habían sido sus mentores, y se colocó como “alternativa” de futuro entre las dos mujeres que se disputaban la herencia del presidente Rajoy. Hizo guiños a María Dolores de Cospedal y a Soraya Sáenz de Santamaría y cuando se creía en el mejor de los mundos políticos posibles vinieron los golpes. Primero con el escándalo de los másters de la Universidad Rey Juan Carlos y luego, al intentar resistirse en el puesto, con la memoria desenterrada de unos frascos de perfume robados en un supermercado siete años antes.
El “vae victis” de Breno debió resonar en su cabeza con la misma fuerza con la que cayó la espada del guerrero sobre la balanza. Todas sus ambiciones desaparecieron y la mujer que aspiraba a llegar incluso a La Moncloa al frente del PP comprobó como sus compañeros la abandonaban aún más deprisa que sus adversarios.
El 25 de abril de 2018 dimitía del cargo de presidenta de la Comunidad de Madrid y dos días más tarde de la presidencia del partido. Le tocaba pagar en sus carnes los tortuosos caminos ideados por el catedrático Alvarez Conde para producir master como quien produce churros.
Su caso no era el único, ni el primero, ni el último pero alguien tenía que cargar con las culpas políticas y su nombre estaba el primero de la lista.
Mientras disfrutaban de su victoria y pesaban los 327 kilos de oro que habían reunido los romanos, el que sería considerado a partir de entonces como el segundo fundador de la ciudad y el posterior imperio, Marco Furio Camilo, reunió nuevas tropas, derrotó a los galos y se convirtió en dictador tras dejar para la historia otra de esas frases que aparecen en boca de los líderes para justificar la mayor parte de las acciones que no tienen justificación: “non auro sed ferro liberanda est patria” ( no es con el oro con lo que se libera la patria sino con el hierro).
En el partido de Cristina Cifuentes, como en la Roma del siglo IV antes de Cristo, el oro del poder desapareció hace nueve meses y ahora el nuevo Camilo quiere conquistarlo con la dureza del hierro político, que son las palabras. Habrá que ver si el galo Sánchez y los sesones socialistas se dejan.