Hace 41 años y 4 meses el que era president de la Generalitat en el exilio llegaba a Madrid para entrevistarse con el Rey Juan Carlos y con el presidente del gobierno, Adolfo Suárez. A su lado, Manuel Ortínez, el hombre que conocía todos los secretos de la Cataluña franquista, y que apoyado siempre por la Iglesia y el Opus había negociado con los servicios secretos. Sus profecias se han cumplido.
La convulsa historia de hoy hunde sus raices en los mismos apellidos de ayer. Desde los Pujol a los Carulla, desde los Millet a los Valls Taberner. Hasta en los datos y los intereses que representan, desde el Parlament al Congreso, desde La Ciaxa a la banca internacional, desde la izquierda republicana a la Iglesia. A ninguno de los dos les gustaba la ambición de la familia Pujol, ni la utilización de Omnium por parte del patriarca Carulla. Denunciaron lo que consideraban un desastre para su tierra hasta su muerte, pero los intereses y necesidades de los gobiernos de Felipe González y sus equipos económicos cegaron ese camino.
Desde las elecciones generales de 1986 los partidos que defienden hoy la independencia de Cataluña y con algunos de sus dirigentes sentados ante el Tribunal Supremo, mantienen la misma representación política en el Congreso de los Diputados. Aquel año la antigua CiU - fruto de la unión entre la Convergencia Democrática de Jordi Pujol y la Unión Democrática de Duran Lleida - consiguió su mejor resultado: 18 escaños. Mientras, la ERC de Heribert Barrera, que llevaba desde la restitución de la democracia arrastrando un solitario escaño en el Parlamento nacional, se quedaba sin ese pequeño respaldo a sus propuestas republicanas.
Treinta y tres años después sólo el reparto de los escaños ha cambiado: los sucesores de la desaparecida CiU tienen ocho asientos en el Congreso mientras que la renacida ERC parece haber alcanzado su techo con nueve. Los primeros nacieron con la democracia, los segundos hunden sus raices en la II República
Al acusado y desaparecido Pujol le sucedió Artur Más, a éste el huído Carles Puigdemont para terminar esa parte de la burguesía independentista catalana en Quim Torra, una especie de vuelta a los orígenes de los años 80 del siglo pasado ya que en la actual bicefalia política en la que se asienta el gobierno de Cataluñas, Puigdemont representa a la Convergencia fundada por Pujol y Torra a la Unió que lideró Durán.
El mismo laberinto por el que la derecha catalana lleva transitando desde hace cuarenta años y del que quiso avisar antes de su muerte el primer presidente de la recuperada Generalitat de Cataluña, Josep Tarradellas, en una entrevista que le hace el periodista Julio Merino en el año 1980 y en la que premonitoriamente califica a Jordi Pujol de corrupto, de haberse beneficiado con el escándalo de Banca Catalana, y de que el slogan de “España nos roba” se convertiría en una de las referencias de la política catalana en el futuro.
Recuerdo aquel viernes, 21 de octubre de 1977, recien llegado Tarradellas de su exilio de Saint Martin-le- Beau al aeropuerto de Barajas y de allí al chalet que tenía el banquero y abogado Manuel Ortínez, hombre clave en toda la negociación durante un año con el gobierno de Adolfo Suárez en las personas de Salvador Sánchez Teran y Manuel Jiménez de Parga. Y ya desde el primer gobierno de la Generalitat el “encargado” de cerrar el paso al poder de la izquierda que representaban socialistas y comunistas catalanes.
Ortínez se movía ese día como auténtico “jefe de gabinete” del president que regresaba del exilio. Hombre apoyado por los primeros gobiernos del Opus Dei, representante de la poderosa UBS en España, imprecindible para los negocios que llevaron a la familia Pujol a enriquecerse con el estraperlo de tejidos y dólares en el franquismo, amigo de casi todas las familias políticas que se estaban formando a mediados de los años 70 y, sobre todo, la persona que llevó al entonces teniente coronel Andrés Casinello, hombre clave en la transformación de los servicios secretos españoles, a reunirse con Tarradellas en su casa de Saint Martín en Francia.
Cuarenta años separan el regreso del representante de la política catalana en la II República gracias a los pactos negociados por su amigo y asesor del juicio por los hechos del 1 de octubre de 2017 que han llevado ante el Supremo a Oriol Junqueras y a la huída a Puidemont. Cuarenta años en los que una parte de la “burguesía” catalana ha convencido a una parte del “proletariado” catalán de las “bondades” que tendría la independencia. Dos errores que se suman a otros muchos y que necesitarán de la habilidad política para superarlos de una vez por todas.