La herencia maldita del 15M persigue a la izquierda
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La herencia maldita del 15M persigue a la izquierda

viernes 26 de julio de 2019, 20:05h

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Entre el 22 y el 25 de julio de 2019 las nunca cerradas heridas entre socialistas y comunistas se abrieron ante los ojos de 350 diputados y unos cuantos millones de españoles

El 15M sirvió para llevar a la derecha al poder con su segunda mayoría absoluta. Seis meses después de la primera acampada en la madrileña Puerta del Sol, el PP con Mariano Rajoy a la cabeza conseguía 186 escaños. Una herencia maldita.

Las protestas desde la izquierda, por el empobrecimiento y la precariedad que había traído la crisis, permitieron a los populares conseguir sus mayores victorias, primero en las autonómicas y municipales del mes de mayo de 2011, y después en las generales de noviembre.

Los socialistas se desangraron en las urnas y perdieron 59 escaños. Alfredo Pérez Rubalcaba aguantó al frente del partido hasta la abdicación del Rey Juan Carlos en junio de 2014. Tras su renuncia se inició una larga y cruenta guerra interna que terminó el 1 de junio de 2018. Pedro Sánchez, que había perdido las elecciones de 2015 y 2016, con el PSOE bajando hasta los 85 diputados, que se había marchado de la secretaría general y del Congreso, regresó y merced a la única moción de censura que ha triunfado en España se sentó en el gran sillón de La Moncloa.

En esos tres años Izquierda Unida se sentaba en el Congreso con dos representantes, nacía el Podemos de Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, y con las confluencias en toda España soñando con el ansiado “sorpasso” sobre el PSOE. Desde Cataluña aterrizaba en Madrid Albert Rivera con la esperanza de convertirse en la nueva “bisagra” entre socialistas y populares.

Ninguno de los nuevos consiguió sus objetivos. Ciudadanos se mostró insuficiente para apoyar al PSOE en su primer intento de echar al PP del poder. Podemos se negó a secundarles, pero sí a servir de eficaz negociador con los partidos de Euskadi y Cataluña para que, en junio de 2018, una moción de censura montada sobre una sentencia de la Audiencia Nacional sobre la corrupción que afectaba al PP, triunfase y Mariano Rajoy abandonara La Moncloa.

La política española había cambiado. Parecía que había cambiado con el bipartidismo imperfecto de los últimos 40 años herido de gravedad. Un espejismo. Pedro Sánchez aprovechó un año de gobierno para “resucitar” al PSOE, que volvió a convertirse en el primer partido del país gracias a sus 123 escaños. Podemos entró en crisis, con sus fundadores enfrentados a muerte y quedándose en 44 asientos en el Hemiciclo. Ciudadanos pensó que podía pasar de “bisagra” a líder de la derecha pero las cuentas no le salieron. Y el malherido Partido Popular, pese a la caída en picado en votos y escaños, se mantuvo como líder de la oposición con sus 66 escaños.

Mientras el mapa político en Cataluña se convulsionaba entre presos y huidos, con la burguesía catalana abandonando a los antiguos socios de CiU y pasándose a la renacida Esquerra Republicana, con un inalterable PNV en el País Vasco, un nuevo actor entró en escena, primero en Andalucía y luego en el resto de España: la derecha más dura y nostálgica del PP se desgajó del partido y fundó Vox. Sus dos compañeros de andadura necesitaron sus votos para alcanzar el poder, pero quisieron negarle un sitio en la mesa, sobre todo un C´s que se movía de forma frenética en torno a los populares sin quedarse en ningún sitio.

La herencia del 15M se diluyó un poco en Andalucía y un mucho en Galicia. Las divisiones y ataques internos hicieron que perdiera el emblemático Ayuntamiento de Madrid y que, en conjunto, la izquierda dejara la mayoría necesaria para gobernar en la Comunidad madrileña a expensas de los acuerdos entre las tres derechas. Como si,en efecto, hubiera una maldición, la capacidad autodestructiva de la izquierda española aparecía de nuevo, como un viejo fantasma que pasara de las urnas a las negociaciones por el poder.

Entre el 22 y el 25 de julio de 2019 las nunca cerradas heridas entre socialistas y comunistas se abrieron ante los ojos de 350 diputados y unos cuantos millones de españoles. Reproches mutuos, mentiras encadenadas, propuestas imposibles de asumir y una conclusión: Pedro Sánchez no era investido como presidente. La realidad de sus 123 escaños hizo que las estrategias pensadas y analizadas y puestas en marcha tras los resultados del 28 de abril se estrellaran contra el muro que levantaron el resto de las fuerzas políticas. No sólo Podemos. Todos.

El 23 de septiembre termina el plazo de reflexión que se ha tomado el presidente. Sin cambios, el Rey disolverá las Cámaras y el 10 de noviembre los españoles volveremos a las urnas. Todos los partidos aseguran que no quieren elecciones y las culpas se cruzan como dardos. La verdad que aparece entre las sombras de las palabras y las frases ensayadas es otra y puede que encierre más de una trampa para los líderes políticos.

Lo más probable es que el PP mejore sus resultados. Lo más probable es que Ciudadanos los empeore. Lo más probable es que Vox se mantenga. Y lo que es casi seguro es que, por lo menos de cara al Senado, las tres fuerzas de la derecha pacten unas condidaturas conjuntas. Si así lo hacen y lo extienden a las listas del Congreso en algunas ciercunscripciones, el millón de votos que entre el PP y C´s sacaron el 28 de abril al PSOE se convierta en la puerta abierta al poder.

España vota en dos mitades y parece difícil que haya trasvase de votos entre las dos. Puede que el PSOE suba en escaños, puede que en igual medida los baje Podemos, puede que se utilice a terceras fuerzas para disminuir los votos de los adversarios, pero es casi imposible que se puedan realizar pronósticos fiables, sobre todo si se cuenta con un aumento de la abstención. Un fenómeno político que afecta más a la izquierda que a la derecha.

Las maldiciones políticas tienen un largo recorrido. Sánchez y el PSOE tienen el poder en las manos, pero deben compartirlo. Iglesias y Podemos pueden estar en un gobierno de España, que es algo que no ocurre desde hace ochenta años. Los riesgos son evidentes para los dos. Sin 176 escaños la investidura dependerá de los pactos. Y en ese camino están catalanes y vascos, de derechas y de izquierdas, sentados a la vera del camino esperando con las manos extendidas.

Y para que nada falte en el escenario: entre septiembre y noviembre se coniocerán las sentencias del Process catalán y las de los ERE andaluces. Se sabrá si el Brexit británico es un hecho, por las buenas o las malas. Comenzarán a sonar las trompetas de las elecciones autonómicas en el País Vasco y Galicia, y hasta en Cataluña. Demasiadas variables políticas como para apelar a la sensatez perdida. Y no hemos hablado de la economía, de la elección en el FMI, de las elecciones en USA....

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