Ni la mayoría de españoles quisieron que gobernara Pedro Sánchez, ni la mayoría de españoles votó por una opción progresista, ni existe ninguna razón en las democracias parlamentarias por las que los vencidos tengan que apoyar sumisamente a los que han vencido en las urnas, ni el PSOE es él. Esas son las cuatro grandes mentiras del secretario general del PSOE y presidente en funciones.
La primera: veintisiete millones de españoles no quisieron el 28 de abril que gobernara el PSOE. No le votaron, ya fuera desde la derecha, la izquierda o la abstención. De los 35 millones de ciudadanos que tenían derecho a votos sólo optaron por los socialistas siete y medio. Los 123 escaños que consiguió representan la cifra más baja conseguida por un partido político que quiere gobernar en toda nuestra reciente historia democrática.
El total de votos emitidos, más allá de que las distintas candidaturas obtuvieran o no representación parlamentaria, confirmaría que esta España está prácticamente dividida en dos y que la diferencia en las urnas la marca la oscilación del centro sociológico.
El porcentaje total conseguido por el PSOE sobre esos 35 millones de posibles votantes apenas supera el 20 por ciento, una cifra que dista mucho de lo que consiguieron Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar, José Luís Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy para llegar a La Moncloa. Ninguno planteó a sus rivales que le apoyaron a cambio de promesas, y con un plan de gobierno que, de funcionar, les llevaría a estar en la oposición durante muchos años, desde la derecha, o a perder cualquier posibilidad de crecimiento, desde la izquierda.
La segunda: si el PSOE se presenta de la mano de Sánchez como un partido de centro-izquierda, tendrá que aceptar que el centro-derecha que representan PP y C´s tuvo un millón más de votos en abril. Y en representación parlamentaria ambos bloques estarían empatados: 123 escaños para cada uno. Beneficios que otorga la Ley D´Hont a favor de la unidad de voto en las urnas y castigo para la dispersión de los votantes. Y pedir a la misma derecha que criticas con dureza y a la que culpas de los males de la actual situación económica y social, que apoye un programa que calificas de progresista no parece que tenga mucho sentido.
Hay otra trampa que encierran los calificativos de izquierda y derecha, que es intentar convertir a Unidas Podemos en ultras al mismo nivel que a Vox por el lado contrario. Así, la mentira ideológica trata de convertir a Pablo Iglesias y Santiago Abascal en dos extremos con los que no se puede negociar y menos aún contar para construir un gobierno.
Las realidades autonómicas y municipales, tan democráticas y validas como la nacional demuestra justo lo contrario. Los socialistas pactan con Podemos en La Rioja, en Aragón, en Baleares, mientras que el PP y C´s forman gobiernos gracias a los votos y apoyos de Vox.
Tercera: en las democracias parlamentarias, a las que pertenece España, la voluntad de los ciudadanos se establece a través de los partidos y su representación en las Cámaras, tanto en el Congreso como en el Senado. Son los “dueños” de los escaños los que deciden el nombre del presidente. A éste no le eligen de forma directa los votantes. Guste más o menos, se esté más o menos de acuerdo con el sistema, el resultado electoral lo que indica es la opinión “política” de la sociedad en cada momento. Y en este caso y en España lo que indica es que quiere que los partidos negocien, con el que ha sido vencedor en minoría a la cabeza.
Este fenómeno de perversión de la función parlamentaria no es nuevo y consigue que dirigentes como Boris Johnson o Pedro Sánchez se parezcan a Vladimir Putin. El último es poco o nada democrático y maneja la Cámara rusa desde el inicio del proceso electoral, con cambios entre la presidencia del país y la presidencia del Consejo de Ministros; el británico quiere prescindir, con apoyo de la Corona, del Parlamento para imponer su criterio más duro en la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, quitándole su razón de ser y convirtiendo los votos que llevaron a sus integrantes en papel mojado; y el español pretende ni más ni menos que el Congreso le permita gobernar en una especie de acto de fé, tanto por parte de la izquierda, a la que se niega a sumar en su hipotético gobierno pero de la que acepta una parte de su programa y de sus ideas, como de la derecha a la que no le unen ni los principios, ni los objetivos, ni la forma de entender a España.
La cuarta: es entendible que pretenda unir el destino y el futuro del PSOE y del socialismo hispano a su propio futuro, pero el primero tiene esa historia de más de cien años de la que no se cansa de presumir. Si con los votos y escaños que salieron de las urnas el ya lejano 28 de abril, él, Pedro Sánchez, no consigue reunir los 176 sies que representan la mayoría absoluta y hasta duda de tener los apoyos necesarios de una segunda vuelta, puede que exista otro candidato socialista que lo pudiera conseguir.
Esta cuarta vía para salir del actual callejón en el que se encuentra la política española y el futuro del país podría estar en manos del Rey Felipe y de su voluntad para proponer un candidato a la investidura en los próximos días y tras entrevistarse con los distintos dirigentes políticos con representación en el Congreso.
La Monarquía parlamentaria tiene muy acotadas y limitadas sus atribuciones políticas pero ésta, la de buscar y proponer un futuro presidente de gobierno, está entre ellas.