El partido de Evo Morales ha obtenido una victoria muy importante en las elecciones de Bolivia, pero eso no significa que el ex presidente indigenista pueda volver de su exilio en Buenos Aires donde se encuentra tras el golpe de Estado que dio la derecha del país aliada con la policía y el ejército tras haber forzado el dirigente indigenista la posibilidad de volver a presentarse a las elecciones para un cuarto mandato en octubre de 2019, que ganó en medio de protestas continuas de la derecha que finalmente le dio el golpe de estado veinte días después obligándole a huir a México.
Su sucesor al frente del el Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP) y ganador de las elecciones, Luis Arce, y el nuevo vicepresidente David Choquehuanca, no tienen ninguna prisa porque vuelva. Arce fue ministro de Economía con Evo Morales y Choquehuanca canciller de Exteriores, en el momento de mayor auge económico y político de Bolivia.
Una de las excusas por las que se produjo la rebelión de las clases medias bolivianas fueron los presuntos excesos cometidos por el entorno de Morales que cada vez más vivía inmerso en su mundo en el Palacio presidencial, el famoso Palacio Quemado, rodeado de personas que no supieron ver lo que se avecinaba hasta que estalló el golpe.
"Es cuestión de tiempo, tarde o temprano vamos a volver", dijo desde Argentina Morales, pero Eva Copa, presidenta del Senado y líder emergente en el MAS, aclaró enseguida que todavía no era el momento de la vuelta de Evo: "Él tiene temas que arreglar todavía", precisó. "La gente no quiere más odio, hay que mirar hacia adelante, no hacia atrás", profetizó Sebastián Michel, portavoz del partido ganador, quien insistió en el cambio de estilo y en el diálogo con la oposición.
De hecho la gran victoria de Luis Arce se ha basado en dos premisas importantes: la unidad del movimiento indígena y la recuperación de la confianza de la pequeña burguesía ciudadana que había roto con Morales. Prueba de su éxito ha sido la baja abstención que ha habido a pesar de las restricciones por el Covid, solo el 15% de los ciudadanos con derecho a votar se quedaron en casa.
Tras su triunfo, Luis Arce, el nuevo presidente de Bolivia, ha vuelto a apostar como en toda su campaña por un proceso de cambio "sin odio”. En las urnas, sacó más de 52% de los votos, veinte puntos de ventaja sobre Carlos Mesa, candidato derechista de Comunidad Ciudadana, y 35 puntos sobre el ultraderechista Luis Fernando Camacho, líder de la poderosa burguesía de Santa Cruz, la segunda capital de Bolivia siempre enfrentada a La Paz.
La victoria ha sido tan contundente que tanto la ex presidenta interina, tras el golpe de estado, , Jeanine Áñez, como el derrotado candidato de la derecha así lo reconocieron. "Doy un gracias muy sentido al pueblo boliviano por su compromiso democrático. Nos toca ser cabeza de oposición. Honraremos a Bolivia", escribió Mesa en sus redes tras permanecer en silencio durante toda la noche electoral.
"Vamos a gobernar para todos los bolivianos, vamos a construir un gobierno de unidad nacional", enfatizó Arce en tono conciliador, decidido a superar "nuestros errores" y a reconducir "el proceso de cambio sin odio".
El ex ministro de Economía de Morales, artífice del milagro económico de la revolución, adelantó que su primera medida será la puesta en marcha del bono contra el hambre, así como fortalecer la demanda interna. Su vicepresidente, el ex canciller David Choquehuanca, declaró en términos parecidos, confirmando lo que ya adelantaron durante su campaña electoral.
La izquierda boliviana tendrá la mayoría en el Senado gracias a los 19 escaños que le atribuyen las encuestas, frente a los 13 de la centrista Comunidad Ciudadana y los 4 de Creemos, liderados por el radical Camacho, pero las iniciativas legislativas más importantes necesitarán los dos tercios de la cámara.