En ambos casos, la madrileña y el sevillano se sintieron incómodos. La presidenta de la Comunidad de Madrid había ido a la tele autonómica a presentar el nuevo hospital de Valdebebas, con sus mil camas, dispuesto a convertirse en la mejor de las armas para combatir la epidemia del Covid 19. No dudó en afirmar que para ese papel se le dotaría con medios y personal de otros hospitales.
Intxaurrondo no lo dudó y cumpliendo con su papel profesional le preguntó si ese traslado no iba a afectar al resto de hospitales, justo cuando en todos ellos tanto médicos como enfermeras y personal subalterno se están quejando de la falta de personal y de medios para el día a día a día de su labor. No contenta con la respuesta, que era una evasiva sin más, le insistió por dos veces hasta que Díaz Ayuso no pudo más y de jefa de gobierno a periodista le espetó: “ esa pregunta no se le hace a la presidenta”.
En mi memoria está la respuesta que recibí de Alfonso Guerra, en el hotel Ritz de Madrid, durante la presentación del logo de la Exposición Universal que se iba a celebrar en Sevilla coincidiendo con el 500 Aniversario de la llegada de Cristobal Colón a América.
Tras los discursos de rigor por parte del presidente del Gobierno, Felipe González, y del Comisario General de la Expo, Manuel Olivenza, me acerqué a preguntarle al presidente por las “zancadillas” que los socialistas sevillanos le estaban poniendo a su antiguo profesor con Luís Yañez a la cabeza y con el consejero delegado, Jacinto Pellón, como auténtico hombre fuerte del proyecto. La oposición inicial de la derecha no contaba.
Desconcertado por la pregunta que no se esperaba, en un rincón del salón del hotel y con el vicepresidente como testigo, se quedó unos segundos mirándome como si fuese un marciano quien le preguntaba por los problemas que aparecían en su gran proyecto cuando apenas estaba comenzando a andar. Más rápido, Alfonso Guerra salió en su defensa: “esa pregunta no se le hace al presidente del Gobierno”. Los dos se dieron la vuelta y se marcharon.
Faltaban seis años para que la Expo abriera sus puertas pero las disputas entre sus responsables eran conocidas por todas las fuerzas políticas y empresariales de la ciudad y de Andalucía. Cada semana, cuando Alfonso Guerra llegaba al aeropuerto sevillano, su hermano Juan le recogía en el coche oficial y le contaba con pelos y señales todo lo que ocurría en el socialismo y sus alrededores mientras le acompañaba a su casa en la urbanización Santa Clara.
A Olivenza le habían tenido que convencer dos años antes su ex-alumno en la Facultad de Derecho y el propio Rey Juan Carlos. Aceptó el encargo sin saber que desde ese mismo momento se convertía en blanco de las críticas de una gran parte del PSOE de Andalucía que siempre le tuvo como un hombre de derechas.
Nueve meses antes de su inauguración oficial, el 19 de julio de 1991, Manuel Olivenza era cesado por Felipe González y el embajador Emilio Casinello ocupaba su puesto. Cinco años de intrigas llegaban a su fin tras poner en peligro la propia Exposición. El ingeniero Jacinto Pellón salía victorioso de la pugna por el poder con el catedrático.
La destitución llevó a que 70 personas que habían acompañado en distintos puestos y representaciones a Olivenza presentaran su dimisión, entre ellos el premio Nobel, Severo Ochoa, ya muy lejos los tiempos en los que los dos máximos responsables del evento que cambió la imagen de Sevilla y permitió a España, junto con las Olimpiadas de Barcelona, presentarse como uno de los grandes países del mundo, capaz de organizar al mismo tiempo dos certámenes de esa envergadura, se fotografiaban en los terrenos donde se iban a levantar los pabellones junto a los banqueros Pedro Toledo y José Angel Sánchez Asiaín y el empresario Fernando de Ibarra.
A Jacinto Pellón le otorgó el socialista Manuel Chaves, como presidente autonómico, la medalla de Andalucía en el mismo 1992. A Manuel Olivenza le hizo hijo predilecto de Sevilla en 2012 el entonces alcalde de la ciudad y futuro ministro del PP, Juan Ignacio Zoido . El primero se gastó miles de millones de pesetas fuera del Presupuesto inicial y tuvo que pasar por la Audiencia Nacional para responder ante el juez Baltasar Garzón; el segundo se permitió el lujo de poner toda la ironía sevillana en una de sus respuestas: “algunos pensaban que lo de la auditoria interna se refería al oido “.