Botín y Montoro: rojo y negro
martes 21 de octubre de 2014, 21:41h
El presidente del Santander y el ministro de Hacienda se empeñan en su defensa de España en imitar al novelista francés del siglo XIX
Cuando Emilio Botín saludó al Rey totalmente vestido de rojo no pensó que estaba escribiendo o rescatando de los libros dormidos la primera parte de una parábola escrita en 1830, y mucho menos que la segunda parte la iba a narrar unas horas más tarde Cristobal Montero al vestir de negro a los "gendarmes" económicos de Bruselas. Uno y otro han proporcionado a la crisis económica y política su imagen más literaria, y a los protagonistas de la misma en nuestro país los ha convertido en los protagonistas de la novela más famosa de Henri-Marie Beyle, quien decidió que se le conociese como Stendhal a la hora de describir y novelar la vida de sus contemporáneos en la primera mitad del siglo XIX.
En "Rojo y Negro", su obra más conocida, el autor francés coloca el rojo como color distintivo de los oficiales del ejército, y el negro como santo y seña de los sacerdotes. Hoy, al recordar aquella lectura obligada de la adolescencia y los comentarios y crítica a que nos obligaba nuestro profesor de Literatura ( culpable en buena medida que me decantara por este oficio de narrador), veo a Botín como un general que al frente de sus mesnadas, todos de rojo impecable, recorre las Españas, las Europas y las Américas a mayor gloria de la llama que ha convertido en universal ; y veo a Montoro junto a los más fieles de los suyos, llamando a oración y al arrepentimiento de los pecados cometidos por todos nosotros durante una década, ungidos como sacerdotes del control de las haciendas de familias y empresas.
Para que no me engañara la memoria, he rescatado a Julian Sorel, el hijo del carpintero de provincias, el más listo de los suyos, convertido en el protagonista de un ascenso social imparable hasta que las envidias, las intrigas y su regreso a las raíces republicanas e igualitarias que le llevaron a soñar de niño, dieron con él en la guillotina y con su cabeza en la cumbre nevada del Jura. Veo en Sorel a la España que sale de la Dictadura, que es capaz de unir a los españoles para que superen los traumas de la trágica guerra civil, y que se dispone a crecer y crecer hasta disputarle a las viejas naciones de Europa sus derechos de primogenitura, comprando bancos, empresas, aeropuertos y creciendo durante una década muy por encima del resto, incluyendo a la poderosa Alemania.
Stendhal hace que su protagonista sea capaz de decir a todos aquellos que piensa que pueden ayudarle, lo que ellos quieren oír; y les hace ver que es capaz de hacer lo que desean que haga. Un doble juego, una doble ilusión que le lleva a la riqueza, al amor y a un reconocimiento social, a todo aquello que anhelaba. Y todo se desvanece como un mal sueño cuando entran en juego los celos, las envidias y los prejuicios de clase, hasta llevarle a la cárcel y a la guillotina. Seguro que les suena la forma de hacer fortuna de Julian, de la misma forma que nos suena hasta hacernos estallar nuestros oídos todo lo que nos dicen desde Europa sobre nuestros años dorados, sobre nuestras empresas endeudadas hasta las cejas, sobre nuestros bancos que necesitan esos 40.000 millones de euros, que tanto el rojo Botín como el negro Montoro han colocado encima de la gran mesa europea.
Sorel, en su escalada, seduce a la señora del castillo, a una Angela Merkel convertida en Luisa Rênal, a la que abandona por un "amante" más joven cuando ella le da la espalda y se refugia tras las murallas de la ortodoxia presupuestaria y fiscal; un Francois Hollande de buena familia con el que comparte la pasión necesaria por los eurobonos que aliviarán su depauperada economía sin que tengan que intervenir "los hombres de negro", con los que le llevan amenazando mes tras mes.
Si en la ambiciosa y trágica vida de Julian Sorel se pueden encontrar estos paralelismos con la situación de la España de 2012 - con todas las licencias necesarias, y les invito a leer la novela para que los encuentren - es aún más precisa la enfermedad a la que da nombre el autor francés a la hora de abordar las angustias que padecemos. El "síndrome de Stendhal" sirve para definir una serie de patologías psicosomáticos, que se definieron de esa manera por la contemplación de la belleza, pero que podemos utilizarlas ante lo que cada día se muestra ante nuestros ojos - que la belleza se encuentra en todas partes - y nos causa a ciudadanos y gobernantes, empresarios y banqueros, los mismos síntomas: taquicardia, vértigo, confusión y hasta alucionaciones.