Durante 40 años todos los líderes de la oposición le han pedido al jefe del Gobierno que se fuera. No esperaban a que se cumpliese la Legislatura, sus peticiones de abandono comenzaban a los pocos meses de haber formado Gobierno. Pablo Casado se mantiene fiel a esa historia al decirle a Pedro Sánchez que se marche.
El presidente del PP lleva cuestionando al presidente del Gobierno desde que éste ganara la moción de censura. Lo hizo entonces y lo sigue haciendo ahora, lo de menos es el motivo. Si pacta con los independentistas debe dimitir. Por la crisis de la pandemia debe dejar paso a otro gobernante. Si quiere conceder indultos a los presos catalanes es poco menos que un traidor. Todo lo que dice y mantiene Casado ya ha sido dicho y mantenido con anterioridad desde la oposición, tanto si ésta era del PSOE como si lo era del Partido Popular.
Felipe González en mayo de 1980 ya le pidió a Adolfo Suárez, entonces jefe del Gobierno tras ganar dos elecciones generales que “saliera de La Moncloa” y en sas mismas fechas Alfonso Guerra fue un bastante más lejos: “ el señor Suárez no soporta la democracia y la democracia no soporta más al señor Suárez”. Las elecciones se habían celebrado en marzo de 1979 y no “tocaban” hasta la Primavera de 1983. Un intento de golpe de estado el 23 de febrero de 1981 cambió todo y en las elecciones del 28 de octubre de 1982 el PSOE ganaba por una amplia mayoría absoluta.
Cambió la oposición y Suárez, desde el CDS, le devolvió la “pelota” al nuevo presidente con la misma frase: “ señor González salga de La Moncloa”, que Manuel Fraga desde Alianza Popular hizo suya. Por medio las mismas críticas a los pactos con los nacionalistas vascos y catalanes y las mismas presiones desde Vitoria y Barcelona. Garaicoecha, Ardanza y Pujol actuaban con el presidente del Gobierno siempre de la misma forma, con independencia del color político.
Doce años y cuatro elecciones generales ganadas el nuevo líder de la oposición, José María Aznar, hizo una de las frases que han quedado como símbolo de rechazo al jefe del Ejecutivo: el 19 de abril de 1994, tras los escándalos de Filesa y los indultos a los jefes del Gal, le dijo en sede parlamentaria: “váyase señor González, no le queda ninguna otra salida honorable”.
Para no ser menos el entonces líder de Izquierda Unida, Julio Anguita, añadió : “ con toda serenidad le pido que dimita”. La Legislatura llevaba diez meses pero el “vayase señor González” se mantendría en los labios de Aznar y todos los dirigentes del PP durante dos años más, hasta que en 1996 González era derrotado por 300.000 votos y la derecha llegaba al poder por primera vez desde el inicio de la Transición.
Con Rodríguez Zapatero en la oposición las peticiones de abandono del inquilino del palacio de La Moncloa perdieron intensidad y parecía que se iban a respetar los plazos electorales y la duración de las Legislaturas. Un espejismo. Mariano Rajoy volvió a la carga en mayo de 2005 con adjetivos más gruesos acusando al presidente del Gobierno de “traicionar a los muertos” por las negociaciones con el entorno político de la antigua ETA.
Quedó como respuesta una frase que es el antecedente de la que hoy emplean Pedro Sánchez y sus ministros ante las acusaciones respecto al indulto de los presos catalanes: “ la violencia no tiene precio político, pero la política contribuye al fin de la violencia”. Se entienden las razones que llevan al poder de hoy a negociar de la misma forma que lo hacía en 2005 el anterior presidente socialista. Y que la respuesta de la oposición del PP de Mariano Rajoy y Pablo Casado sea la misma.
El 14 de julio de 2010, el presidente del Partido Popular, que había perdido 2 elecciones seguidas y era consciente de que tan sólo le quedaba una oportunidad, se lanzó por el mismo sendero que ya habían pisado González y Aznar. Se dirigió a ZP en estos términos: “ no está en condiciones de gobernar, convoque elecciones”. Ese sonido, multiplicado en las palabras del resto de dirigentes populares, llegaría hasta las elecciones de un año más tarde. El PP regresaba al poder con mayoría absoluta.
Mariano Rajoy llevaba un año y medio en La Moncloa cuando en agosto de 2013 escuchó esta frase en el Congreso de boca de Alfredo Pérez Rubalcaba: “tiene que marcharse señor Rajoy, le pido un acto de generosidad”. Los papeles del tesorero Bárcenas ya estaban destruyendo la imagen del presidente y de su partido.
Con Pedro Sánchez llegó primero el “no es no, qué es lo que no entiende” por las “pesadillas nocturnas” y tres elecciones que, con nuevas formaciones en las urnas, llevaron al PSOE a los 120 escaños y al PP a los 89 tras haber bordeado el desastre total tanto uno como otro. Parecía que con los acuerdos de coaslición entre socialistas y Unidas Podemos y los apoyos nacionalistas de la investidura habría un periodo de “tranquilidad” hasta diciembre de 2023. Otro error de cálculo y de estrategia, unidos ambos a las consecuencias del Covid 19, despertaron las viejas frases con los mismos objetivos. No un día de tregua, ni un descanso. La destrucción del adversario para poder mantener el poder el mayor tiempo posible o para alcanzarlo de la forma más rápida posible.
El “vayase señor Sánchez” en boca de Pablo Casado es la mejor de las síntesis posibles de la herencia recibida por el actual presidente del PP de mano de sus dos antecesores que llegaron a sentarse en La Moncloa, Aznar y Rajoy. Con situaciones económicas parecidas, una falta de presencia internacional preocupante y siempre, desde mucho antes de que comenzara esta etapa democrática, el problema de Cataluña. Ese problema que para José Ortega y Gasset no tenía solución y que lo único que se podía hacer era llevarlo lo mejor posible y al menor coste.