Una de las fórmulas más respetuosas y aceptadas socialmente para lamentar la muerte de alguien es guardar un minuto de silencio en su memoria, pero eso es algo que le resulta imposible a cierta gente que el día que les toque marcharse echarán de menos no haber tenido la oportunidad de escribir su propio epitafio insultando a alguien.
No voy a citar a ninguno porque, tanto si son hombres o mujeres, políticos o periodistas, no merecen que sus nombres se mezclen con algo digno de respeto, y solo diré que guardar silencio en memoria de los fallecidos y por consideración a sus deudos , es la primera señal de humanidad que deberíamos aprender todos.
Utilizar la muerte por asesinato a manos de su padre, de Anna y Olivia (a estas horas no se ha encontrado el cuerpo de la menor) cuya madre, Beatriz Zimmermann, agoniza de dolor en vida, y hacer propaganda ideológica o partidaria de esa tragedia, que por mucho que intentemos imaginarla ninguno de nosotros es capaz de conocer en qué consiste ese dolor, es merecedor del más absoluto de los desprecios.
Menos mal que quienes quieren y arropan en estas horas a esa mujer, la protegen con su cariño y le evitan el dolor del morbo o la irresponsabilidad de los personajes que se han querido sumar a esta ceremonia.
La gente más inmoble, cruel y despreciable que existe en la tierra convive con las mejores personas que también la pueblan haciendo el bien, y es absurdo pensar que existe un gen ideológico, como algunos sostienen, que define a la buena y la mala gente.
Lo único que está claro es que esas dos niñas, su madre y quienes las querían, merecen un largo minuto de silencio porque el ruido de los que si se muerden la lengua se envenenarían, es molesto, irrespetuoso, insolidario y en ocasiones asquerosamente oportunista.
Que Anna y Olivia descansen en paz, que ojalá su madre Beatriz recupere algún día algo de tranquilidad de espiritu , y que el asesino de esas criaturas arda eternamente en el infierno.