España está groggy
martes 21 de octubre de 2014, 21:41h
Al igual que le ocurre a los boxeadores cuando han recibido muchos y fuertes golpes, nuestro país va dando tumbos por el ring europeo a la espera del k.o.
Cada noticia, cada dato que aparece en los medios de comunicación todos los días es un nuevo golpe a la mandíbula de la más que maltrecha economía española. Cuando no nos lo da la Comisión Europea, nos lo da el Fondo Monetario, y cuando alguno de los dos descansa ya se encargan las agencias de calificación de riesgos o ese universo difuso que llamamos mercados en recordarnos que cada día somos más pobres y menos independientes. España está groggy, que es ese estado de semiinconsciencia en el que están los boxeadores cuando deambulan por el ring, sin entender muy bien lo que les está pasando, intentado cubrirse de la mejor manera posible y esperando que la campana suene y puedan irse a su rincón para recuperarse antes de que el árbitro pare el combate, o antes de recibir el golpe final que les haga caer sobre la lona.
Si buscamos la mejor traducción del término, n os encontraremos con que estar groggy es estar vacilante, tambaleante, atontado, abobado, zombi. Cualquier español constata cada mañana que eso es lo que refleja el espejo público en el que podemos mirarnos. El gobierno, que es el paladín que hemos elegido hace unos meses para que se bata el cobre en nombre de todos nosotros alza una y otra vez los brazos, recorta por aquí y por allá, hace declaraciones sin parar, pero se muestra incapaz de lanzar un solo golpe contra el adversario, esa sombra que baila alrededor nuestro mientras nos castiga sin piedad.
El anterior Ejecutivo, el de Rodríguez Zapatero decía a todo que no, no había crisis, ni había problemas, no pasaba nada... y estaba pasando de todo. El actual ha decidido justo lo contrario: decir a todo que sí, incluso al enemigo, y el resultado es el mismo o peor. Nos siguen lloviendo los golpes desde una Europa que tiembla ante la posibilidad de un derrumbe total de Grecia - que se llevaría por delante a gran parte de la banca alemana y francesa - y que ya acepta que el euro está en peligro, y que incluso la propia Unión está en peligro. El miedo es muy contagioso y hace que vuelvan los peores fantasmas: la xenofobía, el fascismo, la insolidaridad. Vemos las imágenes de Grecia, de Serbia, los resultados electorales de Francia. No vemos, pero aún es peor, los miles de millones de euros que han salido de la Bolsa y de los bancos españoles rumbo a otros mercados, a otros bancos de Luxemburgo y Alemania logrando que nuestras empresas coticen a la baja y que nuestras entidades financieras necesiten una liquidez que les estamos regalando a su competencia.
Al no poder devaluar la moneda, que es lo que se hacia antes de que existiera el euro ante situaciones como la que estamos viviendo para ganar competitividad en el exterior, nuestros socios europeos han decidido que había que devaluar al país. Y en eso están: nuestros salarios son más bajos, nuestras casas valen menos, nuestros bancos valen menos, nuestras empresas valen menos, todo vale menos salvo las deudas que valen o nos cuestan más. Las familiares, las empresariales y desde luego las del estado. Cada hipoteca que se consiga, cuesta más; cada refinanciación que se conceda, es más cara; cada emisión de deuda pública que sale al mercado sube y sube respecto a la anterior. Y así hasta el infinito. Con menos recursos y una economía tambaleante debemos pagar más a nuestros acreedores, que no dudan en seguir especulando en busca de su mayor beneficio, exactamente igual que lo hacían antes del inicio de la crisis.
Los españoles hemos aceptado con bastante mansedumbre que debemos pasar por un duro calvario, que tenemos que hacer muchos y continuados sacrificios, que ya están enterrados los sueños que nos vendieron y compramos durante una década; pero buscamos y no encontramos la salida, el camino del futuro. Por ningún sitio, desde ninguna fuerza política, sindical o empresarial. Se trata de cortar y recortar, de perder derechos que creíamos casi sagrados, de empezar a pagar por casi todo, de asumir que nuestros hijos van a recibir menos y pagar más. El resto, ese crecimiento por el que volverá a haber trabajo, por el que se volverá a poder comprar una casa, por el que... es una cuestión de fe. Lo cierto es que la crisis está haciendo que la sociedad occidental en la que vivimos, esa Europa del bienestar a la que nos incorporamos, está retrocediendo cincuenta años. Y no parece que el tobogán haya tocado suelo.