Seguimos viviendo en la propaganda y la mendacidad, cuando el momento requiere unos dirigentes sólidos y honestos.
La invasión de Ucrania nos sigue martilleando por lo que era inevitable que el tema estuviera presente en el café de nuestros amigos, aunque nuestro viejo marino tiene en mente algunas otras cosas:
—Nuestro país no ha sabido configurar, a diferencia de otros, una política internacional de Estado, con indiferencia del color político del partido que gobierne. La geoestrategia y la geopolítica es una cuestión capital, pero nunca ha sido una preocupación de nuestros dirigentes. Hemos dado bandazos e incluso hemos agraviado a quienes son nuestros aliados naturales.
Las consecuencias de ello, ahora las estamos palpando. Nos hemos convertido en un socio poco fiable y estamos alcanzando la irrelevancia, mientras no tenemos resuelta nuestra defensa porque pertenecemos a la OTAN, pero no está asegurada nuestra integridad territorial. Ceuta y Melilla son una incógnita y lo que está ocurriendo en Ucrania nos debería hacer pensar.
Estamos pagando las políticas de Zapatero y se desconfía de Sánchez, un individuo que no hace tanto proclamó con tendenciosidad, ignorancia e ineptitud que «sobra el ministerio de Defensa». Una persona con esas trazas, con esos principios, nunca debería haber llegado al presidente del gobierno.
El rumbo de esa coalición de «gobierno Frankenstein», según la tachó Rubalcaba, no ha hecho más que acrecentar la desconfianza y el desprecio hacia nuestro país en algunos foros. El que no seamos invitados a ninguna reunión de la OTAN en la que se debatan temas de seguridad, no es casual —extremo ratificado por militares españoles destinados a esa organización—, el que el presidente Biden haya hecho ostensible su ninguneo y desprecio a Sánchez —que es un desprecio a España—, es más de lo mismo.
El problema no es un gobierno de coalición, el problema son los partidos cuya ideología y fines en la mayoría de los países democráticos estarían prohibidos y, principalmente, por su comportamiento absolutamente desleal, incongruente y contrarios a los intereses generales.
La joven profesora le interrumpe:
—Todo eso, que puede ser cierto, ahora resulta irrelevante ante la invasión de Putin a Ucrania. Es más, esta situación que, posiblemente muy pocos esperaban hace unos meses, ha puesto de manifiesto nuestras vergüenzas, nuestras debilidades y nuestras incongruencias.
También ha contribuido la actitud del presidente ucraniano, Zelenski, que, con su resistencia, puede que alargue la agonía de su pueblo y que, salvo un milagro, está condenado a ser sometido bajo la bota dictatorial de Putin. La debilidad de Occidente y de la UE han quedado patentes. Muchas manifestaciones, muchos golpes de pecho, pero se ha dejado solo a ese pueblo.
La pregunta inevitable es, si no hubiera existido esa resistencia y la invasión hubiera sido el «paseo» que había previsto Rusia, ¿Qué hubiéramos hecho? ¿Titulares de periódicos, declaraciones grandilocuentes y mirar para otro lado?
Nuestro marino prosigue:
—Es evidente que, de repente, un hecho como la guerra de Ucrania, nos rompe todos los esquemas y nos devuelve a una realidad cruda y preocupante. Aflora la debilidad de Occidente, aunque tenemos antecedentes de que esa apariencia fragilidad de la democracia se puede convertir en una fuerza indestructible.
Otra realidad, de difícil asimilación, es ver en la irrelevancia en la que está cayendo la vieja Europa, en el contexto mundial. Nuestra dependencia energética, nuestro rechazo a las nucleares mientras no se resuelvan los problemas tecnológicos de las energías renovables ahora nos está pasando factura.
La deslocalización, el desmantelamiento de determinadas industrias y haber centrado la producción de Occidente en China ha conseguido que, en estos momentos, no solo una absoluta dependencia, sino también una gran debilidad,
Nos hemos entretenido en discursos y proyectos grandilocuentes como la Agenda 2030. Una vez más, estamos distraídos, en una realidad ficticia y virtual mientras, en nuestras narices algunos países, nos han colocado trampas para elefantes.
—Además la guerra de Ucrania —prosigue la profesora— nos ha martilleado en lo más profundo y nos ha hecho ver que situaciones pasadas no estaban finiquitadas como creíamos y que, en cualquier momento, pueden reavivarse y cambiar el escenario de una forma brutal.
Todos los análisis geoestratégicos y geopolíticos se han roto en mil pedazos, dando la razón a aquellos a los que se les llamaba agoreros y han dejado de manifiesto que nos sobran «expertos» y nos faltan hombres de Estado, que se debe abandonar la política autocomplaciente y delirante que se ha practicado en algunos casos.
El mal existe y está en la condición humana. Hemos pensado que ciertas cosas pertenecían al pasado y que no se podían volver a reproducir, creíamos que aquello que dijo Einstein nos protegía: «No sé con qué armas se combatirá la tercera guerra mundial, pero la cuarta se peleará con palos y piedras», por lo que este escenario belicista y expansionista no se contemplaba. Estábamos en nuestra zona de confort; pensando que el progreso y la democracia no era necesaria defenderla.
El marino remata:
—Es imprevisible lo que pueda pasar en los próximos meses, a medio o largo plazo, pero es cierto que se ha abierto un escenario que era impensable hace muy poco tiempo. Sería un recurso fácil echar la vista atrás y empezar a fabular con lo que pasó tiempos pasados, pero hay algunas cosas que no deberíamos olvidar porque los regímenes dictatoriales pueden ser el germen de las ideas más disparatadas que acaben llevándonos por un sendero peligroso de difícil predicción.
Nos hemos acostumbrado a aquello de «eso no nos puede suceder a nosotros», pero en la historia hemos visto como se repiten hechos que eran inimaginables.
Al unísono nuestros amigos exclaman:
—De momento, en nuestro país, esto ha servido para que se culpe a la guerra de todos los males, una vez más el gobierno pretende zafarse de su responsabilidad.