Los que piensan que la invasión de Ucrania y los deseos de Vladimir Putin de partirla en dos van a disminuir la presión independentista en otros países, España por ejemplo, se equivocan. Si la globalización ha muerto o está muy herida, los cantonalismos ya forman parte del inmediato futuro. Por ello, utilizando la cabeza y no otras partes del cuerpo; se sea monárquico o republicano, de derechas o de izquierdas, hoy la Monarquía - sin el peso de Juan Carlos I gravitando sobre la Institución - es la mejor de las garantías para proteger a los más débiles. Basta con que el Gobierno acierte y emplee bien los recursos públicos.
Somos débiles económicamente y no terminamos de resolver nuestro problema eterno de estructura territorial. Tres siglos nos contemplan y las palabras de Ortega y Gasset: “ Cataluña es un problema que no tiene solución, hay que limitarse a conllevarlo” son tan actuales como entonces. Desde la prensa alemana nos ven así, faltos de cohesión territorial y siempre a punto de que estallen reivindicaciones territoriales imposibles de satisfacer.
Consecuencias territoriales que terminarán en cambios constitucionales y consecuencias políticas en el predominio de unos partidos sobre otros, a nivel interno, y de posicionamientos internacionales, sobre todo en nuestros ámbitos tradicionales de influencia y también confrontación. Esos territorios en los que España tiene desplegados más de tres mil efectivos en 17 misiones, que van desde Mozambique a Letonia y desde Irak a Colombia o al golfo de Guinea.
El mundo del siglo XXI ya sufrió un gran aceleron con la pandemia de 2020 y lo está sufriendo con la guerra abierta en Ucrania. Es lo que se ve en la superficie pero no podemos olvidar que la vigilancia y seguimientos desde el espacio con cientos de satálites es una realidad, que irá en aumento, y que la auténtica batalla se está dando en las redes sociales, la inteligencia artificial y los ataques y defensa a los puntos estratégicos de los países.
En ese nuevo espacio de convivencia y de enfrentamientos entre los bloques que han regresado desde la Guerra Fría, el Rey Felipe VI se ha convertido en sus ocho años de reinado en casi el único punto de unión entre la España de siempre y la Cataluña como la Comunidad más visitada y más comentada en sus declaraciones y discursos, ha comprobado en estos días que en Barcelona conviven malamente los hijos de cuatro siglos: por un lado están los que miran al futuro y compiten por tener un lugar en el siglo XXI a través de la tecnología y la imparable mundialización de todas las relaciones humanas; y por otro aparecen aquellos que, tal vez asustados y desorientados, se empeñan en mirar y remirar en el espejo retrovisor de la historia los últmos cuatro siglos para reivindicarse en una independencia que nunca tuvieron.
El futuro está en las redes, en la conectividad, en los coches automáticos, en los móviles que sirven para manejar electrodomésticos, abrir y cerrar cuentas bancarias y pagar en los restaurantes. El futuro está abierto a seis mil millones de personas, a poder hablar, negociar, intercambiar, comprender y beneficiarse del conocimiento mútuo entre países que hablán y se entienden en más cien idiomas y no le ponen puertas a los que no piensan como ellos. Lo ha recordado para todos, José María Alvarez Pallete, uno de esos españoles que sin hacer ruido están modelando nuestro modo de vida.
Dónde no está el futuro en la aldea, en el paraiso de las estatuas de sal, en echar el cierre a lo que te enriquece y te hace prosperar. El futuro no está en inventar agravios y problemas y, de forma inmediata, no buscar las soluciones sino todo lo contrario. No está en multar a la lengua común, justo cuando estamos inventando la lengua común de las máquinas.
En el mañana están los que para defender su singularidad apuestan por hablar con los demás y ajustar sus exigencias a las exigencias del de enfrente; están lo que creen que la suma es mejor que la resta, que se gana cuando se apuesta por avanzar unidos, y que se pierde cuando se piensa en soledad y fuera de las rutas que ya mueven el mundo.
Felipe VI frente a Aragonés y Colau; el futuro frente al pasado; lo nuevo frente a lo viejo; el respeto frente al ridículo. Lo que ha hecho el Rey es lo que debía hacer, sin entrar en opiniones personales, siguiendo al pie de la letra el papel que le asigna la Constitución. Lo que han hecho el presidente del Govern y la alcaldesa de Barcelona es lo que no debían hacer, por más que se sientan republicanos y ambicionen la independencia para Cataluña. Los tres están en el mismo camino, pero la gran diferencia está en que el primero sabe por dónde va y cual es su meta, y los segundos andan dando tumbos sin orden, ni concierto, en un si pero no, en un quiero pero no me atrevo.
En Barcelona, ante los representantes de la nueva civilización, la que ya estamos viviendo pese a que algunos parecen no enterarse, Felipe de Borbón ya ha demostrado que estaba preparado para estar al frente de un país que, como España, puede y debe ser importante en Europa y en el mundo: para los que aún no se han enterado, tenemos una de las grandes compañias de comunicación del planeta Tierra, sin duda la más importante de Europa, con la red de cables submarinos más importante del mundo, la que conecta dos Continentes y por la que cada día “viajan” miles de millones de voces, datos y sobre todo futuro; y con los acuerdos de cooperación y desarrollo con las tres gigantes de Estados Unidos, que responden al nombre de Google, Facebook y Microsoft. Se llama Telefónica. Junto a Iberdrola, Endesa, Repsol y muy poco más forma parte del Estado, de ahí la necesidad de protegerla frente sa ataques externos de los fondos oportunistas.