El presidente ha mirado a su derecha y se ha encontrado con Alberto Núñez Feijóo y su portavoz, Cuca Gamarra. Ha mirado a su izquierda y se ha encontrado con el aplauso cerrado de los suyos y, sobre todo, del resto de los compañeros que le permitieron llegar a La Moncloa en junio de 2018. Así sabemos todos que las dos Españas no son una figura literaria. Hay varias en lo político y tan sólo dos en lo económico: la que representa a la alta clase media y a los poseedores de la riqueza en estado puro, que terminarán ganando a medio y largo plazo; y la que representa a la clase media baja y a los trabajadores autónomos a por cuenta ajena, que terminarán pagando todas y cada una de las medidas a medio y largo plazo. Ya se encargará la Europa del euro que así sea.
Sánchez se ha convertido en el paladín de las reivindicaciones que lleva haciendo la izquierda de su Gabinete desde hace cuatro años. Les ha dado todo lo que pedían, desde el incremento de impuestos a “los ricos” a las ayudas sociales a los menos favorecidos por la crisis. Crisis que, por supuesto, no es culpa del actual Gobierno y sí de las herencias recibidas por el Ejecutivo de Mariano Rajoy y sobre todo por los efectos de la pandemia y la guerra de Ucrania. Los males llegan desde el exterior y se combaten, según sentencia el presidente, con la buena medicina de los decretos del interior.
Lo sucedido en el hemiciclo del Congreso era tan esperado que no ha habido épica, ni sustos. Tal vez, y no es la primera, la “comprensión” para el Gobierno desde la bancada de la derecha ha llegado desde la filas de Vox y no desde las del Partido Popular, empeñado como en la etapa de Pablo Casado de no ver otra cosa que desgracias anticipada en las medidas contra la evidente crisis. Una situación que viene de lejos y que se endurecerá en las próximas semanas. Sánchez ya ha dado su “ración de éxitos” a todos los que le permitieron ganar la moción de censura; y ahora vendrán las medidas que nos afectarán a todos y que corregirán de forma importante las concesiones y guiños que se han hecho en la Cámara de la Carrera de San Jerónimo.
Lo anunciado es tan sólo una parte del total, lo más fácil de hacer y de entender. Viene lo difícil. Pedro Sánchez nos ha dicho a todos los españoles que nos pongamos una dosis de optimismo social para que soportemos mejor el peligroso virus económico que afecta a nuestro país, del que la propia Comisión Europea viene advirtiendo desde hace meses. España está mal en todos sus datos, desde la inflación al paro, desde la deuda pública a la capacidad de las pensiones, desde la inversión en sanidad y educación al brutal aumento en gasto militar.
Ayer tocaba dar trigo y el presidente lo dio con cuentagotas y sabia distribución parlamentaria y social. Antes de que llegue el otoño tocará dar “calabazas” a las exigencias de esa misma izquierda y a los deseos de las derechas e izquierdas nacionalistas. De la hucha común no se puede sacar más de lo que hay, que no es mucho, y se debe mucho más. No es que Europa no vaya a ahogar con unas medidas desproporcionadas y fuera de todo análisis con un mínimos de rigor. Tampoco están para muchos trotes ni Francia, ni Alemania, ni Italia y mucho menos Gran Bretaña. El que se atreva a tirar la primera piedra puede descubrir que cae sobre su propio tejado.
Ayer mismo, mientras me dirigía a comer en el descanso del Debate, ya con las palabras de Pedro Sánchez sobre la “honestidad” que eran un poco de perogrullo, ya que se le supone al presidente que ante los representantes de la soberanía siempre habla con honestidad, me encontré con un antiguo Secretario de Estado, rector de Universidad, asesor y consultor de varias e importantes compañías quien, cargado de realismo y de experiencia, no dudó en pronosticarme las medidas que el inquilino de La Moncloa, a quien conocía muy bien, no iba a tener más remedio que aplicar: ahorro drástico del gasto público, mayores impuestos indirectos a las clases medias, racionamiento de la energía, control del déficit y de la deuda pública caiga quién caiga y… un obligado cambio de Gobierno. Veremos si acierta, pero le di la razón mientras nos refugiábamos a la sombra en un Madrid a 40 grados.