Si lo ejemplarizamos a través del mercado de trabajo, los bancos centrales tratan de influenciar sobre la oferta futura de modo que se vayan reduciendo las expectativas de encontrar trabajo sin necesidad de llegar a la fase de destrucción de empleo. No afectan al empleo presente, pero reducen la oferta futura. Lo mismo podemos decir de la inversión o de la demanda interna.
Las economías entran entonces en una fase de estancamiento, que facilita un ajuste general de precios y salarios. Los tipos de interés dejan entonces de subir. La situación se mantiene en un delicado equilibrio un lapso suficiente de tiempo hasta que es posible iniciar el proceso de vuelta desde la restricción monetaria y recuperar la senda de crecimiento sin la tensión previa en los precios. Trabajando sobre el futuro, para frenarlo primero y estimularlo después. Es el aterrizaje suave. Se tratar de llegar hasta el hueso, pero sin provocar lesiones graves y empezar de nuevo. Es el sueño de cualquier banco central. Un trabajo bien hecho.
Los desequilibrios de la pandemia afectaron de forma singular al mercado de trabajo. Se incrementó la demanda de bienes, al tiempo que se reducía la demanda de empleo. Se habló de la gran dimisión. Se gestó la espiral precios/salarios. Después de normalizarse las cadenas de suministro, la demanda saltó a los servicios. El desequilibrio se trasladó, y eso quebró el discurso de transitoriedad que dominó durante meses en los bancos centrales. Su reacción ya la conocemos.
LLEGANDO AL HUESO
Los tipos tuvieron que subir más de lo que se consideraba suficiente para reequilibrar la oferta y demanda de bienes, para alcanzar así a moderar precios y salarios en los servicios, dañando más de lo deseado los planes de inversión. Hace ya tiempo que los indicadores de crecimiento de la industria están en territorio negativo y cuanto más tiempo hayan de permanecer así, más altas son las probabilidades de que un crecimiento económico anémico mute en recesión. Es el tiempo de mayor incertidumbre. Tiempo de espera a que los servicios reaccionen.
A algunos bancos centrales la espera se les ha hecho tan larga como para concluir que hace falta más presión. Es el caso reciente de Canadá, Australia o Reino Unido, países desarrollados donde el peso de los servicios es muy importante. No tanto el de países emergentes, que contemplan la situación desde una posición de menor riesgo, de ahí que sus divisas no sufran la presión de la incertidumbre que afecta a los desarrollados.
¿Aplicarán EE.UU. y la eurozona la misma medicina? Los PMI europeos publicados al final de la semana pasada ya muestran el impacto en los servicios. También se moderan los precios, pero para un banco central es insuficiente. No para los mercados, que ven argumento para devolver por debajo del 4% el nivel terminal del BCE. Lo trasladaron a un euro más débil. El tiempo de incerteza continua, pero más evidencias se acumulan. Estamos llegando al hueso. ¿Será suficiente o se precisan daños mayores? El éxito, tan cerca y todavía tan lejos.