Puede que Iñigo Urkullu, el lendakari, se dejara querer por su “amigo” Alberto Núñez Feijóo y hasta le dejara entrever la posibilidad de que el PNV cambiara de estrategia y le apoyara en su fracasada investidura. Para cortar ese camino estaba y está Andoni Ortuzar, en un pulso interno en el partido que recuerda y mucho al que mantuvieron Carlos Garaicoechea, cuando estaba al frente del gobierno vasco, con Xabier Arzalluz, más volcado a mantener los pactos con el PSOE.
Ciento treinta años después de su fundación por Sabino Arana el partido que representa a la derecha nacionalista vasca mantiene el mismo sistema de presión sobre los distintos gobiernos del Estado, una estrategia que le ha dado muy buenos resultados en la nueva democracia que estrenamos en 1977. Hasta que apareció Bildu.
En Cataluña se empeñan en buscar las rutas más difíciles para alcanzar sus objetivos de independencia y además los llenan de piedras y trampas. Da igual que sea Jordi Pujol que Pere Aragonés quienes estén al frente del Gobierno; da igual que el gran pacto de las dos derechas que representaban Convergencia Democrática y Unión Democrática funciona durante cuarenta años.
El cambio se ha producido y enmascarada en las siglas de ERC y Junts esa misma derecha tiene como objetivo final el mismo: que Cataluña regrese a al comienzo del siglo XVIII cuando estaba dispuesta a obedecer a un “Rey” austriaco pero no a un “Rey” francés. Pasar de Monarquía a República en el lenguaje de la obra es parte del obligado cambio de actores por los tiempos en los que discurre Europa.
El presidente y su vicepresidenta no han logrado nada relevante con sus firmas estampadas en un acuerdo que no lleva más lejos de dónde ambos estaban. Faltan muchas firmas, las de Bildu, las del BNG, las del PNV, las de ERC y, para terminar las mismas que controla el cansino, pertinaz, obstinado y culpable Puigdemont. Ese hombre, ese dirigente político que tiene secuestrado a su partido y por extensión a Cataluña y a España. Amparado en un laberinto jurídico que nunca debió producirse y que la misma Europa, que es incapaz de encontrar su lugar en el mundo en el que vivimos, pero que si ofrece refugio legal al político que más daño está haciendo a las instituciones comunitarias.
Nos acercamos a los últimos treinta días para que se celebren unas nuevas sesiones de investidura con Pedro Sánchez como protagonista y con un primer acuerdo de gobierno con Yolanda Díaz que es una mala noticia para el país por lo que significa de presión y chantaje al futuro presidente, que si logra los votos en el Congreso ya sabe que tendrá que estar durante cuatro años sometido a las mismas discusiones y ataques desde dentro del propio Ejecutivo.
Además de las que ya les ha “ofrecido como anticipo” el primer partido de España que controla mucho más poder territorial y municipal que las dos formaciones de izquierda que van a volver a estar representadas en el Consejo de Ministros. El resultado a fecha de 26 de octubre de 2023, tres meses después de celebradas las elecciones generales, no ha cambiado en nada. Los nacionalistas se sienten más fuertes y la izquierda no tiene más remedio que asumir que está más débil. Si unos y otros siguen por esos caminos divergentes puede que hasta consigan que España funcione mejor con otros cinco meses de Gobierno en funciones por delante.