La liquidación en los mercados de deuda se reanudó la pasada semana a pesar de que los inversores continúan considerándolos, con diferencia, su clase de inversión favorita. Lo propio de un momento en el que los tipos de interés de corto plazo están próximos a sus máximos del ciclo, es que los inversores traten de garantizarse ese rendimiento a través de la compra de títulos que lo aseguren durante años. La atención se centra entonces en los bonos.
Después de un año 2022 calamitoso para la inversión en general, pero en particular para los inversores en renta fija, 2023 se presentaba como “el año de la inversión en bonos”. Estamos en su recta final y las expectativas están lejos de haberse cumplido. Esto tiene múltiples implicaciones, y una de ellas es que no permite vislumbrar el momento del cierre del ciclo, generando incertidumbre sobre la valoración de todo tipo de activos.
¿RISK FREE?
Se suceden en repetidas oleadas episodios de venta en medio de breves periodos de recuperación donde, además de los factores ya conocidos y que deberían de estar descontados, se van incorporando otros nuevos que agitan los mercados, alejando el instante en el que la situación se estabilice y se vislumbre el momento de los resultados pretendidos: años de altos rendimientos garantizados.
Aparenta una situación que solo exige la necesaria paciencia, eso sí, a cambio del dolor que provoca el ver como las pérdidas se acumulan en las valoraciones cada vez que una nueva oleada de ventas tiene lugar. La última, esta semana. De nuevo en los titulares “niveles no vistos desde antes de la crisis financiera”.
Por importancia y volumen de negociación, la atención la centra el mercado norteamericano y en la rentabilidad del bono a 10 años, que ya se consideraba excepcional en el 3.5% al comenzar el año. Se acerca ahora al 5%, y ni siquiera los que compran en tal rentabilidad las tienen todas consigo. La incertidumbre es alta y repercute en todos los activos.
No en vano los bonos del tesoro norteamericano y su rendimiento son la referencia mundial del llamado “risk free” y está en la base de cualquier cálculo financiero que exija el descuento de flujos futuros para su valoración actual, y que la deprecian conforme esa referencia, considerada libre de riesgo, continúa escalando. Esa es la razón por la que aquellos activos que prometen retornos más alejados en el tiempo sufren más, con la consecuencia de reducir su valor y desanimar la inversión.
CAMBIOS DE PARADIGMA
Muchos paradigmas de la inversión han cambiado en los últimos años. Algunos a consecuencia de factores estructurales como el demográfico, o de mano de la irrupción de cambios tecnológicos, pero no son pocos los que han venido de mano de episodios como la pandemia, de cambios regulatorios como la transición energética, o a consecuencia de eventos geopolíticos.
En conjunto, algo de interpretación compleja y de creciente dificultad a la hora de evaluar sus consecuencias para poder traducirlo en pronósticos sobre el valor futuro de cualquier activo. Más aún cuando hemos de tener en cuenta que la medicina con la que se ha respondido en muchos casos es la deuda, cuyo servicio exige ahora de muchos más recursos de lo que hace bien poco tiempo llegó a sospecharse.
Entre las muchas incógnitas está también la evolución del dólar. En su versión más probable, bastaría que el mercado de bonos se estabilizase, con todo lo que eso significa, para poder reducir, más aún, la posibilidad de sorpresas alcistas. Se abriría entonces un periodo de ajuste a la baja, que a condición de no ser intenso, colaboraría a concluir este ciclo.