En las cuatro últimas décadas, y con excepción de mediados los años noventa, cada vez aue el término aterrizaje suave fue acuñado de forma intensa, poco después se inició un periodo de recesión. Bienvenido a 2024. Hace doce meses el término “recesión” dominaba los pronósticos. Cuando llegó la crisis de la banca mediana en EE.UU. [fue en marzo, ¿lo recuerda?], la sentencia parecía firme. Como casi todo en estos tiempos, el mercado devora las sorpresas a una velocidad poco común y no precisó mucho tiempo para cambiar de registro.
Se empezó a acuñar el término “aterrizaje” en distintas versiones, y la que al modo de palabra del año de FUNDAE parece ganadora es la que lleva adherido el calificativo “suave”. Hoy, el “aterrizaje suave” es la acepción que más abunda entre los economistas.
Ojo, porque si exceptuamos mediados de los 90, en las cuatro últimas décadas, cada vez que el término fue acuñado de forma intensa, como acontece ahora, poco después se inició un periodo de recesión. Quizá por eso, se habla también de otras formas de aterrizaje, el “suave”, el “forzoso”, y el “no aterrizaje”. No hay duda; sea lo que sea, tendremos alguna modalidad con “aterrizaje”.
TIENE TRUCO
Entre que los mercados devoran los acontecimientos a velocidad de reducción de inventarios cuando asoma una crisis, y que los indicadores económicos resultan inusualmente difíciles de interpretar, tendremos que acogernos a la sombra del consenso.
¿Y qué dice el “consenso” del mercado? Está con la interpretación aeronáutica, como si las economías fuesen aviones, que generalmente aterrizan suave. Ya hemos visto que en lo que se refiere a las economías, la historia dice que no. Aunque “no”, no quiere decir nunca. Pero en eso está.
Tal consenso tiene una parte tramposa, dicho de otro modo, tiene truco. A los mercados lo que en verdad les interesa es que los precios de los activos suban, y que la economía… aterrice como pueda. Tan convencidos están de que no hay otra ruta para los tipos de interés que no sea a la baja, que como habrá comprobado cualquiera que tenga en su balance un derivado de tipos de interés, su cambio de valor desde noviembre, cuando aún no ha ocurrido nada en los tipos oficiales, llama poderosamente la atención.
Si quitamos una capa más, lo que tenemos que encontrar, no es ya lo que se cree que hará la economía, ni siquiera el consenso, sino, lo que está “descontado” en los precios actuales de los activos de cualquier tipo, desde la renta fija a la variable, pasando por los mercados de divisas.
RIESGO DE DECEPCIÓN
Claro que saber lo que está descontado, por muy profundo que vayamos en la cebolla, no es garantía de éxito, porque hasta una cebolla tiene fecha de caducidad. El entuerto se sintetiza en lo siguiente: Los tipos de interés han subido demasiado.
Los bancos centrales, tras llegar tarde a atajar la inflación, temían perder el control y que la situación acabase como en los años 70. A eso sí que no se podían arriesgar, y se pasaron a una política, que, para ser suave, pretendía ser genuinamente restrictiva.
Pocos hay que recuerden cuando fue la última vez que asistieron a algo genuinamente restrictivo. Por tanto, no hay otra ahora que deshacerse de ello. Las condiciones económicas, capa superior de la cebolla, no permiten políticas genuinamente restrictivas, el consenso está en el aterrizaje suave y no se mueven de ahí, y lo que descuentan, son recortes de tipos de interés. Y ven muy difícil que, en un horizonte próximo, esto cambie. De ahí la fuerza de sus convicciones.
Pero no se confíe, porque, aunque parece la convicción mejor asentada en mucho tiempo, las valoraciones no son precisamente baratas, y cualquiera que quiera ser un poco sensato, tendrá que considerar, no solo la historia, sino el impacto mayúsculo del riesgo de decepción.