Màs que airados, aqui, en España hoy, les llamariamos jóvenes cabreados, jóvenes hartos del modelo social que les condena a vivir con sus padres hasta pasados los 30 años, que les ofrece salarios de 800 euros, que no encuentran un hueco para sus esperanzas e ilusiones en el futuro al que se asoman.
Entre aquel grupo en el que la mayoria ha muerto duscubrí a Allan Sillitoe, nacido en un barrio obrero de Londres, casado con una poetisa neoyorquina, y que aprovechó sus cinco años en España para escribir sus dos obras más conocidas, las dos llevadas al cine, y en las dos reflejando la hipocresia de una clase rica y acomodada, y la rabia de una clase obrera a la que se le cerraban las puertas. Hablaba de Inglaterra pero podrīa haber hablado de nuestro paīs.
En Alicante escribió " La soledad del corredor de fondo" y en Mallorca " Sábado noche, domingo mañana", dos titulos perfectos para los dos grandes protagonistas de esta semana, que se han cambiado los papeles y contra los que a diario disparan los alineados medios de comunicación.
Si podemos llamar al auténtico lïder de Podemos, Pablo Iglesias, un " angry men", por los cabreos que demuestra y por la soledad que le envuelve cada vez con mayor fuerza, con sus deseos de poder en esta etapa del post capitalismo que decidió combatir primero en las barricadas del 15-M, para después entrar en el juego de la burguesia polītica para cambiarlo (pensaba y decía) desde dentro, lo mismo podemos decir del otro gran perjudicado por el “aplastamiento binario” que están ejerciendo loos dos clásicos grandes partidos de nuestra España Democrática, Santiago Abascal, el líder de Vox que ha roto con aquellos que le ayudaron a conseguir la tercera posición electoral en el Congreso y en todo el territorio nacional, salvo en tres regiones o autonomías claves: Cataluña, Euskadi y Galicia, las mismas que necesita todo dirigente que quiera convertirse en primer ministro de Felipe VI.
No se trata de ideología, de derecha o izquierda, se trata de conectar con la mayoría social, que es la que decide el triunfo o fracaso en las urnas. Hace años se defendía el centro como eje de las victorias o las derrotas, ahora, iniciado el siglo XXI ese punto neurálgico ha cambiado. El poder radica en la imagen que proyecte el líder y éste pierde o gane dependiendo más de su imagen que de su programa. Es el protagonista absoluto, el resto son los secundarios.
Con Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo ocurre algo parecido. Siempre aparecen airados, enfadados, acusadores, con mensajes apocalípticos sobre lo que le espera a España en su inmediato futuro.
El presidente del Gobierno terminará más pronto que tarde con terminar de romper a su izquierdas a los herederos dispersos y malhumorados del viejo PCE, y ya ha comenzado su acercamiento económico a la derecha, siguiendo el mejor de los ejemplos posibles que tenía a su alcance, el de Felipe González. Todo lo que le critica el expresidente y mito del socialismo hispano es su propio reflejo en la transformación de España y del ideario del PSOE.
En el lado de la derecha conviene escuchar con atención al ex ministro Jaime Mayor Oreja, sobre todo cuando pide una refundación que una a todo el arco del liberalismo a la democracia cristiana y los nostálgicos de lo que logró José María Aznar tras el Congreso de Sevilla en el que Manuel Fraga le entregó las llaves de su partido.
Hoy, como ayer en su larga carrera dentro de las distintas administraciones, Núñez Feijóo, tiene demostrado que es un autèntico, experimentado y correoso corredor de fondo, y que ha comprendido que todos sus fines de semana son para mantenerse en forma, para que la eterna campaña electoral en la que estamos embarcados los españoles, le proporcione la seguridad de su liderazgo hasta que se convoquen unas futuras elecciones generales, más allá de lo que ocurra en Galicia, Euskadi o Europa. Todo buen corredor de fondo sabe que que si algo le sobra es grasa en su abdomen polïtico.
Todo corredor de fondo es un solitario, más allá de los diez millones metros, es alguien que pelea contra si mismo más que contra sus rivales. No se trata de ganar a los demàs, se trata de sentirse vencedor en la tremenda soledad del esfuerzo. A Pedro, a Alberto y a Santiago los conoce bien Iglesias. También a esos otros corredores de relevos o de obstáculos que son los dirigentes nacionalistas, que se cambian de dorsal pero siempre aparecen en los mismos puestos de salida y de llegada a la meta. Unos y otros se observan, se analizan, diseccionan sus palabras para poder atacarles en el momento que crean más oportuno y más favorable a sus intereses. Necesitan la compañia para triunfar pero dejando claro quien manda.
Leído hace muchos años, recuerdo que Allan Sillitoe y su mujer, Ruth Fainligt, tradujeron al inglés la Fuenteovejuna de Lope de Vega. La titularon: " todos los ciudadanos son soldados", y trasladaron la acción al Madrid republicano y cercado por las tropas de Franco. Una làstima que el Teatro Nacional no quisiera representarla en su momento- tal y como contó en aquellos tiempos Juan Cruz en El Pais - y que duerma aún hoy el sueña de lo injusto, ministro Urtasun. La cultura es memoria para todos, no sólo para los museos. Para nuestros políticos todos sus militantes son soldados en esta larga guerra en la que nos han embarcado y que parece no va a tener fin, al igual que parece no tenerlo en Ucrania o en Gaza.
Si Colin Smith - nuestro joven Iglesias, Sánchez, Feijóo o Abascal - el corredor ficticio al que Allan Sillitoe le obliga a elegir entre la porcelana que le ofrecen sus dotes de atleta y los ladrillos que le han visto crecer, a Pedro parece que le gusta la cerámica, a Alberto la porcelana, Santiago se mueve en ese amplio mundo del diseño arquitectónico y la construcción, mientras que Pablo sólo tiene un destino: el de los ladrillos rotos de la nueva Torre de Babela que aparece en el inmediato horizonte de España.