Le empujaron a abdicar y abdicó. Le dijeron que no podía seguir siendo Rey y lo aceptó. Le convencieron de que la única forma de salvar la Monarquía era dejarla en manos de su hijo y entregó la Corona a Felipe VI. Díez años más tarde los escándalos de los partidos, los cambios de liderazgos en los partidos y la crisis constitucional han convertido a España en un país de locos, en una jaula de grillos en la que los insultos y ataques personales entre diputados en todas las Cámaras parlamentarias han roto la convivencia impidiendo el necesario diálogo democrático entre el poder y la oposición.
En 2014
Juan Carlos I firmaba su abdicación. Una inteligente, dura, ambiciosa mujer rubia y un elefante rompieron los diques que habían protegido al Rey ante la mayoría de los españoles. Los informes secretos, los viajes secretos, los dineros secretos, la vida exclusiva, confortable y secreta, dejaron de serlo. La imagen del Rey que había salvado a España del golpismo, que había impuesto la democracia sobre los rescoldos de la Dictadura, se rompió en pedazos. Los fantasmas de amantes despechadas, de testaferros familiares, de cuentas y sociedades en paraísos fiscales cambiaron el collar del dorado Toison de Oro por un gris y muy pesado collar de granito.
La rotura - una más- de la cadera real en la lejana Bostwana se convirtió, tal vez sin pretenderlo, en la primera de las imágenes de las siguientes roturas políticas que han llevado a nuestro país a la situación en la que se encuentra hoy. La semilla de todas las crisis ya estaba plantada desde el propio inicio de la Democracia y la redacción y aprobación de la Constitución en 1978.
Descosida y llena de agujeros en su estructura territorial, descontrolada la burocracia partidista, plagada de envidias, avaricias e incapacidades personales en los distintos ámbitos de la gestión pública, la España que había nacido en 1977 comenzó a parecerse en demasía a la de 1931. La “madre que la parió“ se parece más a la madrastra del cuento.
Es de locos tener en diez años cuatro elecciones generales; tres elecciones autonómicas que no llegan a su final cuando deberían durar cuatro años; otras tres en cada una de las lllamadas Comunidades históricas; tres elecciones europeas; tres elecciones municipales; cambios de liderazgos en todos los partidos por conspiraciones internas; una moción de censura ganada; un abandono del país tras una abdicación; un Referendum independentista tan ilegal como grotesco; un presidente huido; un Gobierno en minoría tras perder el Partido que lo sustenta tres elecciones… sin contar la pandemia, el descontrol sanitario, las compras de mascarillas, el confinamiento, el miedo a nuevos virus, en enriquecimiento ilícito de unos pocos , una Ley de amnistía sacada con fórceps en el Congreso y que no se sabe si sobrevivirá.
El calendario político inmediato, nacional e internacional. no ayuda al optimismo, más bien todo lo contrario: elecciones en la Federación Rusa a finales de marzo; elecciones en Euskadi en abril; elecciones en Cataluña en mayo; elecciones europeas en junio; y elecciones norteamericanas en noviembre. Si España sobrevive a esas avalanchas habrá que darle la razón al canciller Bismark, sea o no sea suya la frase : “España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentando destruirla y no lo consiguen”.