De igual forma que ocurre con la espuma en una jarra de cerveza o con las rizadas y a veces violentas cabelleras de las olas, la revolución que tomó el nombre de Podemos, más tarde el de Unidas Podemos -mientras se desgajaban las hebras del cesto que quería recoger las cabezas cortadas de todas las desigualdades- hasta desembocar en Sumar ha terminado. El bulevar de Joaquín Sabina y Alvaro Urquijo, esos cuatro minutos que nacieron a la vida hace treinta años, era una homenaje a la eterna Chavela Vargas y hoy es un epitafio, un hermoso canto para acompañar al ataúd sin clavos, camino del cementerio, o a la nueva diáspora de los mismos ideales que aparecen y desaparecen en España cada medio siglo, como una maldición cargada de tequila, voz de madrugada y abrazos sin medida con el desarticulado cuerpo de Frida Kahlo mientras le cantaba “La Llorona” en la casa azul de Coyoacan.
Aquellas mujeres hicieron más por la libertad de la mujer que todas las proclamas de los síes son síes si son síes que han recorrido el mundo, ya distópico, de este 2024 tan electoral y sangriento y cínico y genocida y egoísta y mentiroso que asusta tanto como incita al abandono de los deseos.
El fundador de Podemos tiró por la borda, una tras otro, a sus compañeros de travesía, hasta entregar el timón del barco que comenzaba a llenar de salada agua su sentina en manos de la persona que menos dotada estaba para devolver la democracia interna a la flotilla que le acompañaba. Más Madrid, Más País, Comunes, Compromís, Mareas…la misma amalgama de siglas y pequeñas mercerías de barrio que confunden sus ilusiones con la realidad, que se ponen las gafas del siglo XIX para intentare ver la globalización del siglo XXI.
Yolanda Díaz, hija preferida de las meigas sindicalistas de ese territorio galaico al que confundieron con el fin del mundo, tendrá que montar un despacho laboralista al que, otro guiño burlesco, les podrá llamar “bufete Garibaldi”. Los dos, que son cuatro, que son seis, que son ocho…que tienen sus mochilas cargadas con los millones de votos que les entregaron y que han perdido mientras miraban los atardeceres que enrojecen Madrid desde los ventanales de La Moncloa ya se han convertido en los replicantes que imaginó Max Allan Collins y llevó al cine Sam Mendes. Con su largo abrigo convertido en inevitable mortaja Pablo Iglesias puede transmutarse en Tom Hanks mientras espera que Iñigo Errejón cumpla decorosamente con su papel de Jude Law. Incluso podemos imaginar a Yolanda Díaz convertirse en Jennifer Jason Leigh poniendo a salvo al hijo eterno de la revolución socialista.