Los ingleses, que tienen sus rarezas pero que también tienen una democracia sólida y envidiable, dicen que es desdichado el país que conoce el nombre de sus jueces porque significa que discute sus decisiones y trata de presionarles. No son pocos.
En España, sin ir más lejos, somos capaces de recordar sin dificultad el nombre de varios jueces ¡y también de algunos fiscales! Con excepción de algunos “jueces-estrella”, que también los hay, la culpa no suele ser suya sino de espectaculares casos de corrupción política o de leyes como la del Sí es sí, que excarcela a delincuentes sexuales, o la de la Amnistía que cuando se apruebe excarcelará a prevaricadores y golpistas, y que ellos, los jueces, no tienen más remedio que aplicar en medio de considerable escándalo público.
En otros casos la culpa es compartida entre gobierno y oposición, como ocurre con la falta de renovación del CGPJ. El resultado lleva a los jueces a un protagonismo indeseable con acusaciones de politización de la Justicia o de judialización de la política, mientras pirómanos entusiastas echan más leña al fuego acusando de lawfare a los jueces que se atreven a investigar asuntos que no son de su agrado. Hacer depender la justicia de los intereses de unos u otros destruye la moral. Lo decía Cicerón.
También en Estados Unidos hay jueces famosos gracias a las andanzas políticas, financieras y sexuales de un ex-presidente sobre el que recaen cuatro procesamientos penales por noventa y un delitos, que se dice pronto. Que si inspiró el asalto del Capitolio al negarse a reconocer su derrota electoral, que si pagó el silencio de una señorita con fondos electorales, que si se llevó a casa documentos ultrasecretos, que si abultó sus finanzas, que si intentó falsear los resultados electorales presionando a autoridades estatales...
Cuantos más juicios, más popularidad del encartado que afirma sufrir una caza de brujas que alcanza al mismo Tribunal Supremo que estos días sopesa si el presidente tiene o no inmunidad plena para hacer lo que le dé la gana. En serio. Los nombres de esos “nueve magníficos”, que además son vitalicios, son también bien conocidos por los norteamericanos que según el dicho inglés deben ser muy desgraciados. Y más que les espera porque los juicios de Donald Trump están solo empezando.
Tampoco los israelíes deben ser felices. En plena pelotera judicial por intentar Bibi Netanyahu meterle mano al Tribunal Supremo para quitarle competencias (Bibi está acusado de corrupción y si deja la poltrona puede acabar enchironado), lo que había motivado multitudinarias protestas callejeras por entender muchos ciudadanos que eso atentaba contra la separación de poderes inherente a toda democracia, Hamas lanzó un ataque terrorista que conmocionó al país por su salvajismo y porque puso de manifiesto su vulnerabilidad.
La reacción israelí ha sido desproporcionada y me quedo corto: 34.000 palestinos muertos en seis meses, la mitad de ellos niños (en Ucrania los civiles muertos tras dos años de guerra son 10.000), además de 75.000 heridos, 1.800.000 desplazados, destrucción masiva de viviendas y de hospitales... un desastre humanitario sin parangón.
Por eso la República Sudafricana ha acusado a Israel de genocidio ente el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, que ha aceptado la demanda para indignación de Israel tras constatar la presencia de “indicios”. Los jueces del TIJ no han impuesto un alto el fuego inmediato, como pedían los demandantes, pero sí medidas cautelares de obligado cumplimiento que no parece que estén haciendo mella alguna en los israelíes.
La decisión sobre el fondo del asunto es incierta y en todo caso tardará años, pero el daño a la imagen de Israel ya está hecho y puede tener peores consecuencias que el causado por los terroristas de Hamas. Netanyahu no lo tiene fácil: en casa le acusan de corrupción y fuera de crímenes de guerra.
A los jueces hay que permitirles hacer su trabajo sin interferencias y no hay que meterse con ellos porque son garantes de nuestra democracia y de nuestras libertades. Y cuanto más discretos sean ellos y más silenciosamente les dejemos actuar, mejor para todos.