Ese “que viene el lobo” le sirvió para remontar in extremis las elecciones del 23 de julio de 2023, para lo que contó con la ayuda inestimable de un Santiago Abascal exigiendo a Feijóo pactos en todas las Comunidades Autónomas donde había ganado el PP a falta de unos pocos escaños. El presidente español apostó porque eso es lo que iba a ocurrir tras la derrota del PSOE en los comicios autonómicos y municipales, y acertó aunque para seguir en La Moncloa tuviera que pactar con dos partidos muy de derechas como son los de Puigdemont y el PNV.
Que las derechas vasca y catalana hayan apoyado casi siempre al PSOE -salvo en el primer mandato de Aznar y el último de Rajoy- dice más bien poco de la capacidad de la derecha española por desarrollar sus vínculos evidentes con los empresariados vasco y catalán, y habla muy bien de las capacidades socialistas para entenderse con estos últimos a pesar de ser el partido de los obreros españoles sin que los sindicatos UGT y CC.OO. hayan puesto la más mínima pega.
Prueba de que Sánchez lo mira todo solo con su prisma electoralista es que las labores de gobierno han quedado en segundo plano desde que se formó el gabinete. No importa la actividad legislativa ni prácticamente la ejecutiva. Ningún ministro presenta iniciativas de su departamento, todo queda a expensas del presidente y de sus invenciones para preparar primero las elecciones gallegas, luego las vascas y las catalanas y finalmente las europeas.
Las invenciones de Sánchez en los periodos electorales son también de todo tipo, tan pronto se tira hacia la derecha, como cuando se presentó como el patrocinador principal del Juan Guaidó como “presidente venezolano” -al que luego olvidó cuando vio que no cuajaba-, como hacia la izquierda cuando propone reconocer el Estado palestino después de haber traicionado a los saharahuíes no se sabe tampoco por qué razones. Y de nuevo Abascal echándole un mano electoralista trayendo a España casi de extranjis al presidente argentino Milei para demostrar que el “lobo” de la extrema derecha existe de verdad.
Y después del 9 de junio “dios dirá” lo que hacer con el gobierno de la Generalitat si se lo da a Salvador Illa o a Puigdemont o si decide convocar por sorpresa nuevas elecciones pensando en que el miedo a la extrema derecha -que lo único tangible en el electorado de izquierdas español- haya crecido lo suficiente como para darle los escasos suficientes para no depender de Puigdemont.
No hay otro camino para Sánchez ni para su consejero áulico, José Luis Rodríguez Zapatero, que ganó dos elecciones a Rajoy y cuando vio que iba a perder le dejó la papeleta a Rubalcaba, algo que en algún momento puede haber pensado también Sánchez cuando hizo su falsa carta de dimisión aplazada.