Dentro de una semana toda Europa sabrá si el presidente de Francia tendrá como primer ministro a un joven de 28 años, ganador por mayoría absoluta de las elecciones legislativas tras la segunda vuelta como representante del antiguo Frente Nacional de Marine Le Pen; o a un maduro representante del Nuevo Frente Popular a través de una suma de escaños que les permita dejar con la “miel en los labios” a los que consideran la ultraderecha más populista de toda Europa. Emmanuel Macron no quiere a ninguno de los dos pero prefiere un pacto con Jean-Luc Melenchón, profesor y periodista que conoce las “obligaciones mutuas” de los pactos en el poder, antes que a Jordan Bardella, al que considera alumno aventajado y sin estudios de la hija de Jean-Marie Le Pen. Nada será igual en Francia y en Europa. Tampoco en España.
Los 289 escaños que se necesitan para convertirse en primer ministro están muy al alcance del duo Bardella-Le Pen. Puede que le basten con los restos de que le quedan a la formación de Eric Zemmour, el también periodista apadrinado por la familia Bolloré, que tras dos años de existencia se encamina hacia el cierre definitivo tras no llegar ni al uno por diento de los votos el pasado domingo, 30 de junio. Ese es el listón a sobrepasar. P
ara lograrlo tanto Macron como Melenchón se han prometido aunar fuerzas y no dejar que sus candidatos, aquellos que hayan quedado en tercera posición en alguna de las 577 circunscripciones electorales en las que se divide Francia para los comicios legislativos, se vuelvan a presentar. El todos contra Bardella y la ultraderecha es el slogan a proclamar en estos siete días. Muy parecido al que enarbolan, con desigual interés y éxito, desde hace dos años Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, muy preocupados por el efecto que los resultados francesas tenían en el futuro político de ambos.
Lo único seguro es que el presidente francés tendrá que ”cohabitar” con uno de sus rivales. Lo tendrá más cómodo con la izquierda pues será consecuencia de un pacto de perdedores, mientras que por su derecha estará obligado por una mayoría absoluta. Equilibrio muy inestable en ambos casos y que preocupa a la Europa de los 27 Estados justo cuando aún no se conocen los nombres que van a dirigirla, ni en el Consejo, ni en la Comisión y ni siquiera en el Parlamento de Estrasburgo.
Preocupación que se extiende a la OTAN y a Estados Unidos, pendientes como están de las elecciones presidenciales USA, con Donald Trump como favorito como candidato del Partido Republicano mientras que el Partido Demócrata no sabe muy bien qué hacer con el actual inquilino de La Casa Blanca. Con Joe Biden o sin él no parece que encuentren remedio. Puede que busquen la salida de convertir en sucesora a Kamala Harris pero habrá que esperar a la Convención de agosto.
Las prisas de Macron para disolver la Asamblea y convocar elecciones tras los malísimos resultados de las urnas europeas, en busca de un revulsivo personal al estilo de lo que hizo Pedro Sánchez tras nuestras elecciones autonómicas y municipales de mayo del 2023, no le dado el éxito que esperaba. La ultraderecha francesa ya era la ganadora y lo ha vuelto a lograr, mientras que en España el Partido Popular hace de barrera de contención tanto para Vox y Santiago Abascal como para “ Se acabó la Fiesta” de Alvise Pérez.. Aquí, en nuestro país, el fenómeno francés tendrá que esperar. Sin elecciones a la vista se puede “jugar” con los sondeos y las encuestas pero las prisas que tenía Feijóo para que el presidente del Gobierno disolviera las Cortes y convocara a las urnas han echado el freno de mano.
La crisis francesa es un ejemplo más, si se quiere el más rotundo, del mal global que afecta a la democracia en una Europa tan burocratizada y alejada de los problemas reales y cotidianos de los ciudadanos que éstos muestran su disgusto e incluso sub rabia a través de los votos más radicales. Los Altos funcionarios que ocupan los máximos puestos en Bruselas y Estrasburgo se limitan a mirar al futuro como si buscaran una tabla de salvación en medio del mar abierto y con olas.
El Titanic que abandonó la previsora Gran Bretaña - con su propia crisis forjada por los mismos gobiernos y con sólo un cambio de caras en el 10 de Downing Street - corre el riesgo de hundirse con igual rapidez con la que lo hizo el famoso trasatlántico, en este caso con la justificación de que el iceberg que ha roto su casco es la guerra de Ucrania y la invasión de Rusia. La auténtica verdad estará en la sala de máquinas y en los deseos financieros de los que pusieron en el agua un enorme barco monetario, que ha crecido sin parar, sin un sólido blindaje político en sus costados.