La derecha española y una parte de la izquierda, incluso la que se sigue llamando socialista, soñaba con que en la batalla catalana que se estaba librando entre las ofertas del equipo del presidente del Gobierno y las exigencias de una buena parte del independentismo más irredento, el ganador de las elecciones autonómicas, Salvador Illa, no lograse la investidura y hubiera que celebrar nuevas elecciones. Pensaban, desde Núñez Feijóo y su equipo hasta los viejos mandarines del PSOE como Felipe González o Alfonso Guerra, que esa derrota supondría el final político del hombre que lleva al frente del Gobierno de España desde hace seis años, con todas las elecciones perdidas en las urnas y ganadas en el Congreso, el lugar donde de verdad se elige a la persona que habitará el Palacio de La Moncloa.
Se equivocaron todos, y Salvador Illa ya ha formado un “gobierno de concentración” que reúne a la nueva generación del socialismo catalán y a una parte, también, de la nueva generación del centrismo catalanista que encabezaron Jordi Pujol y José Antonio Duran Lleida. Veremos qué balance presentarán dentro de unos meses, pero lo cierto en esta primera mitad del sofocante agosto es que al frente de la Generalitat hay un socialista, que ha sido ministro de Sanidad dentro de uno de los gobiernos de Pedro Sánchez, que fue elegido por éste para “reconquistar Cataluña” y lo ha logrado, al mismo tiempo que la tensión independentista de hace siete años ha desaparecido de la vida diaria en esa Autonomía.
Hace treinta años que Joaquín Sabina y Álvaro Urquijo compusieron “Por el bulevar de los sueños rotos” como homenaje a todos aquellos que en algún momento de sus vidas han visto cómo sus esperanzas quedaban truncadas y debían comenzar de nuevo. Lo personificaba Chavela Vargas, pero bien podría transformarse la cantante mexicana en el catalán Carles Puigdemont, por un lado, y por otro, de forma más cruel y dañina para las esperanzas y sueños de millones de españoles, en los rostros de los dirigentes de la derecha democrática y liberal española. Sánchez dejará el poder, eso es seguro. Puede que lo tenga que abandonar antes de mediados del 2027, que es el tiempo de esta Legislatura, pero es seguro que no lo perderá por el problema catalán.
Sueños de alcanzar el poder por la vía más rápida posible, ya sea utilizando los pactos políticos como arma arrojadiza, ya sea presionando judicialmente con los comportamientos de la esposa y el hermano del presidente, sin olvidar, claro está, al simpar Koldo y su exministro. Acorralar a Sánchez hasta hacerle insoportable su estancia en La Moncloa es una forma de ejercer la oposición que hoy por hoy no ha dado resultado, por más adjetivos peyorativos que se acumulen en los medios de comunicación.
El Gobierno de nuevos socialistas y viejos comunistas, con rostros jóvenes que esconden las mismas y viejas ideas republicanas de siempre que a nada conducen y que demuestran la falta de conocimiento del mundo global en el que vivimos, debe ser criticado con dureza desde la oposición, que para eso está. Deben criticarse sus políticas de sanidad, de educación, de cohesión territorial, de pensiones, de combate contra la delincuencia, de inmigración, de apoyos internacionales, de cambios en el futuro industrial, de competencia bancaria y financiera, de control de las inversiones públicas. Esa interminable lista de preocupaciones ciudadanas. Todo lo que no estamos viendo.
Un país necesita alternativas de gobierno para no caer en la autocracia. España necesita que frente al gobierno de coalición de Sánchez y sus apoyos externos, haya una oposición que no se limite a la descalificación personal y al insulto, que proponga de verdad alternativas. Hoy, agosto de 2024, y con tres años por delante, no lo está haciendo. Sus sueños se han quedado en el bulevar de Barcelona desde el que volvió a salir corriendo un hombre roto llamado Carles Puigdemont, mientras en el Parlament de su ensoñada Cataluña su rival electoral conseguía los 68 escaños que le hacían falta frente a los 66 de la oposición. Se llevó su voto a Waterloo y allí se quedará. Ahora quien tiene que impedir que sus sueños rotos se conviertan en negras pesadillas es la derecha que encarna el Partido Popular, esa derecha que podrá hacerle llegar al poder a Alberto Núñez Feijóo de la misma manera que lo ha hecho con Isabel Díaz Ayuso o Juanma Moreno, con claras y rotundas mayorías absolutas, tanto en las urnas como en sus Parlamentos autonómicos.