Las lágrimas, los abrazos de
Letizia Ortiz contaban la realidad humana de la tragedia, mucho más allá de lo que significaba la visita de las máximas autoridades del Estado, del Gobierno y de la Generalitat. Aislada del centro de la comitiva, separada del Rey por el empuje de los vecinos y las salvajadas de una minoría que buscaba, dese el principio, dañar la imagen de los Reyes y en special la del presidente del Gobierno y del residente de la Generalitat, Letizia decidió que iba a continuar hacia adelante.
La verdad o al menos parte de la verdad se ha ido contando y viendo desde el primer momento en el que las aguas que bajaban por el Barranco del Pollo alcanzaron a los trece municipios más afectados. No hacia falta ir a ningún sitio, las imágenes eran tan definitivas que se podían hasta oír las llamadas de angustia de los que intentaban salvar sus vidas. Algunos lo lograron, más de doscientas mil personas no. Las cifras son tremendas. Se han visto afectados, sólo en la provincia de Valencia, 65 municipios, 850.000 habitantes, el 31% de la población total de la provincia. Más de 50 empresas, más de 350.000 trabajadores.
Es difícil, muy difícil narrar la rabia, la indignación, la desesperación y la soledad que sienten miles de personas ante la pérdida de sus vidas, que las muertes físicas se van a ir extendiendo a las “muertes” económicas y sociales que vamos a ir viendo durante los próximos meses e incluso años. Ir al centro de la tragedia representaba un claro peligro, al igual que lo representa ir a un conflicto armado. Felipe VI y Letizia podían haberse quedado en La Zarzuela y emitir su solidaridad con mensajes televisados y en las redes. No lo hicieron. Al margen de las opiniones que se hagan desde todos los puntos de vista, una vez que se decide acudir, con conocimiento del clima que se van a encontrar, hay que defender al Estado desde las trincheras. Paiporta o Chiva eran el domingo esas trincheras.