El presidente del Gobierno y el presidente de Ucrania, por no mencionar a la totalidad de los altos cargos de la Unión Europea que están en Kiev para mostrar su apoyo a ese país en el tercer aniversario del conflicto, quieren (es lo que dicen) lo imposible: que Rusia pierda la guerra y todo vuelva a ser como hace once años. Vladimir Putin está pactando con Donald Trump las condiciones de una paz que será tan inestable en el tiempo como todas las que ocurren desde hace cien años en Europa.
Putin no es un demócrata. Nunca lo ha sido, su concepción del poder nada tiene que ver on los usos y costumbres de las democracias de Occidente. Es algo que se conoce y conocen todos los dirigentes políticos desde hace veinte años. Ninguna sorpresa, como tampoco lo puede ser la alianza entre Rusia y China, la postura de Hungría, el fortalecimiento de Polonia y las crisis democráticas en Francia, en Gran Bretaña, en Holanda y en Alemania.
El cambio radical en la política exterior de Estados Unidos, con la llegada de Donald Trump y su bloque de mega millonarios respaldando sus decisiones, tampoco debería sorprender a la clase dirigente europea y todas las reacciones que están escenificando intentan ocultar la realidad: Rusia no va a retroceder, antes de hacerlo Putin hará uso de la potencia total de la que dispone, incluida la nuclear.
Mantener que el ejército de Ucrania es el que está combatiendo frente a las tropas rusas es otra de esas grandes mentiras que se difunden para que los ciudadanos de la UE acepten aumentar sus gastos en armamento y recortar los beneficios sociales de los que han venido disfrutando, con bastantes recortes, desde hace cincuenta años. Una Ucrania solitaria habría caído en la derrota en apenas unos meses. Allí, en ese territorio, quien combate es la OTAN con Estados Unidos al frente, y ese es el punto que Trump ha cambiado. Si los líderes europeos quieren que haya más muertos y más destrucción, la habrá y las consecuencias no se limitarán al espacio físico que gobierna Kiev. Ya no hacen falta filas de blindados patrullando las calles. La tierra se gobierna desde el cielo y sin Trump y su equipo Europa no tiene tecnología que pueda hacerlo.
Negociar la paz es la única salida y en esa negociación, en la que por supuesto estará Ucrania y una representación de la UE, se bajarán los máximos y se subirán los mínimos. Ni Sánchez, ni Zelensky, ni Macron, ni el “arrepentido” Starmer pueden decidir sin contar con la expresa voluntad de sus respectivos ciudadanos, que no les eligieron para mantener una guerra, ni siquiera aunque pensaran ganarla, que no es el caso. Comparar la situación actual con la que se produjo tras las invasiones nazis es disfrazar, de nuevo la verdad. La realidad no es la que más nos gustaría, la más ética, la más justa. Nunca lo ha sido.
La dureza que muestran y las llamadas a los inevitables sacrificios que deberán hacer los ciudadanos se hacen desde una posición de privilegio social evidente. La burocrática y atemorizada Unión Europea no tiene alternativas a la posición que ha señalado Estados Unidos. Crear un ejército europeo para que pueda enfrentarse a una hipotética agresión por parte de Rusia es uno más de las estrategias de intoxicación que se extienden con enorme facilidad a través de los medios de comunicación más clásicos,pero que encuentran sus réplicas en las redes sociales. El futuro dejó de serlo hace mucho tiempo para convertirse en veloz presente, pero los dirigentes políticos prefieren no verlo.
La solución final al conflicto que nunca debió comenzar y que no se inició en 2022, ni siquiera en 2014 sino mucho antes, se basará en los previos acuerdos económicos y tecnológicos que se alcancen. La crisis europea no se va a solucionar fabricando armas y destruyendo armas, con la muerte de miles de personas a los dos lados. Es una carrera sin fin.