¿Sabe la cicuta mejor que el arsénico?
viernes 08 de abril de 2016, 18:15h
Si agitamos la coctelera y tomamos la cicuta fría y con unas gotas de menta, es posible que hasta nos sepa bien. Pero sigue siendo letal. Aunque quien la tome prefiera considerarla un refresco. Así que comprendo que los periodistas lo estemos pasando en grande con tanta reunión en el Parlamento; como si del encuentro de este jueves entre Ciudadanos, el PSOE y Podemos pudiera haber salido una solución a los problemas políticos de España, que, por cierto, ellos mismos, junto con el Partido Popular, nos han generado.
Entiendo también que tiene no poco morbo demandar ante el Constitucional la por otro lado injustificable inasistencia del Gobierno al Congreso; como si el TC, lento de por sí, pudiese resolver algo en dos semanas (o tres).
Me explico también que nos guste jugar a los espías tratando de saber con quién se reúne clandestinamente -¿dónde quedó aquello del streaming?- Pedro Sánchez, y qué se ofrece al independentismo catalán a cambio de una abstención en la votación de investidura en favor del mentado señor Sánchez; como si fuese o no (im)posible convertirle en presidente del Gobierno.
Consideraría justificable incluso la pasión con la que se siguen el juego de tronos de las filtraciones sobre escándalos económicos o las veleidades tantas veces ‘caprichosas’ -vamos a llamarlo así- de las encuestas.
Bueno, con decirle a usted que, dentro de la locura, creería incluso razonable, aunque no lo sea, el divertimento con el tiovivo catalán, como si no fuese tan grave, ya se hará usted una idea de lo ‘pasota’ que se puede estar en esta hora de tormentas.
Sí, ya digo: me resulta hasta lógica la juerga que entre todos nos traemos a cuenta de esta espantosa situación política, porque más vale reír, aunque sea con amargura, que entrar en el nacional-pesimismo, que es algo que, sin duda, va a seguir a este pasajero estado de ánimo por el que transitamos. Lo que sí, más allá del encogimiento general de hombros, me parece todo esto es peligroso: que un diputado pueda, desde el atril parlamentario y sin mayores pruebas, acusar al Ministerio del Interior de estar propiciando filtraciones policiales sobre dádivas venezolanas, con fines electorales, es atronador. Y, aunque sea menos atronador, juzgo simplemente un suicidio que se estén propiciando algunas operaciones en la oscuridad para debilitar la imagen del Rey, que es lo único estable que tenemos en este cuarto de hora.
Comprendo que, como dijo y no debería haber dicho la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, nos queden apenas quince días para que se disuelva la Legislatura -el plazo es un poco mayor, en realidad, pero no mucho- y enfrentarnos a unas nuevas elecciones, pero no todo vale en este intervalo, como si todo aquí fuese a salir gratis. Y no: pagaremos una factura elevada. Los ciento diez días transcurridos desde las pasadas elecciones generales del 20 de diciembre han servido justo para lo contrario de lo que John Reed quería demostrar en su famoso libro sobre la revolución rusa: aquí y ahora, en efecto, estamos transformando a España; pero es justamente para peor.
Creo que las crisis sirven para…salir de la crisis. Lo mismo que crear problemas sirve... para encontrar soluciones. Quién sabe si la búsqueda de alianzas por parte del candidato Sánchez se podría haber transformado en una búsqueda paralela de acuerdos con la Generalitat de Catalunya -me parece, por cierto, increíble que el señor Rajoy no se haya encontrado aun oficialmente con Puigdemont-, con el Gobierno vasco, con los movimientos más extremistas en Galicia, todo ello en busca de una mayor estabilidad territorial para España. No se ha hecho así, sino que lo único que, aparentemente, se ha buscado ha sido posibilitar que alguien pueda 'echar a Rajoy de La Moncloa', lo cual puede ser plausible, pero no debe, en ningún caso, ser el único móvil de una acción política.
Vuelvo, pues, al titular: cuánto siento decirlo, pero cada día que pasa hacia el veredicto final, esas elecciones que todos dicen que son tan inconvenientes, me confirma que esto es lo más parecido a un desastre sin paliativos. Claro que quien no se consuela es porque no quiere: quizá la cicuta no sepa tan mal como el arsénico, al fin y al cabo...