Proponer soluciones simples a problemas complejos es lo que da carácter a los populismos. Discursos alambicados, con matices, con reconocimiento incluso de la dificultad para resolver problemas no caben en un tweet, de modo que tienen patas cortas. Ocurre en política en sociedades avanzadas, tanto en el extremo derecho como en el izquierdo. Es un fenómeno en ascenso y está por ver que cotas puede alcanzar. Lo mismo ocurre en economía. La situación extrema es la de esos charlatanes que anuncian haber descubierto la fórmula sencilla de hacer dinero de la nada y son capaces de arrastrar a millones de inversores, unas veces pobres incautos pobres y otras, pobres incautos ricos, pero siempre con fórmulas “seguras y simples”.
El 31 de enero era arrestada la cúpula de Ezubao, una financiera china que ofrecía extratipos y préstamos atrapando a 900.000 inversores con un montante estimado en 7.600 millones de dólares. Es solo el último caso de una larga lista en China. Inversores más formados se considerarán a salvo, pero entonces recordamos a Madoff, capaz con una estrategia simple, “compro acciones que protejo comprando opciones put y financio vendiendo opciones call” de nombre sofisticado splits strike conversión -acorde con el estatus de sus clientes, grandes bancos algunos-, de volatilizar 65.000 millones de dólares. Si hay tantos dispuestos a poner tanto dinero en fórmulas mágicas a pesar de las advertencias, ¿no es acaso más fácil entender el atractivo que despiertan las fórmulas simples del populismo?
Basta con identificar al enemigo, ya sea este un grupo humano bien definido u otro con una condición asociada, o ambas. No hace falta más para arrastrar millones. Va a ser difícil desmontar pronto algo así, de modo que cuando alguien se pregunta dónde puede estar un evento capaz de romper esquemas que alteren sustancialmente a los mercados, puede imaginar a Le Pen dirigiendo Francia, a Trump presidiendo EE.UU. o a Iglesias gobernando en España. No es tan difícil. Para ver cosas de este tipo de cerca, están los ejemplos del PiS en Polonia o Syriza en Grecia. No hace falta llegar a Venezuela. Pero no es este lugar de política a secas si no va con un adjetivo.
La política monetaria que ha convertido a los banqueros centrales en los auténticos gobernantes del mundo, es la regla más simple de los inversores. Dependiendo de las expectativas de tipos de interés, los mercados giran, porque también aman las cosas sencillas. Es lo que ha ocurrido esta semana con el dólar. Los últimos datos norteamericanos han generado dudas suficientes como para abrir brecha en el hasta ahora sólido convencimiento de que también 2016 es un año de apuesta por la divisa norteamericana. Recoge Bloomberg la opinión de un importante gestor de fondos (54.700 millones) en un evento en Beverly Hills: “El dólar se depreciará en 2016. Lo hemos visto, la FED elevó los tipos en diciembre y el dólar se depreció”.
Sencillo ¿no? Para que argumentar más. Si subiendo los tipos el dólar baja, -y lo hemos visto-, ¿qué puede ocurrir si como empieza a temerse, no los sube? Sin embargo, va a ser preciso anclarse en algo más que lo que cabe en un tweet para encontrar las claves que interpreten el reciente movimiento del dólar. “No lo descartemos” decíamos la pasada semana y apenas esperó tres días. ¿Qué esperar ahora? Depende en buena medida de la convicción que se tenga sobre la economía norteamericana. Aunque haya leído otra cosa, el último dato de empleo ha sido muy bueno. Si es por eso, los tipos no dejarán de subir en marzo, ergo, esta depreciación del dólar tendría las patas tan cortas como un tweet. Pero como un tweet arrastra millones, hay hueco para 1,14/1,15, aunque puede ser de duración tan efímera como el valor del tweet de un populista; aunque eso no lo haga menos peligroso