Son preguntas que se hacen muchos ciudadanos; son preguntas a las que intentan contestar con mayor o menor fortuna investigadores de diversas áreas e intelectuales. La cuestión es compleja, y el terrorismo yihadista, además de hacer mucho daño a los musulmanes en todas partes, complica la comprensión de esta problemática y enturbia el panorama. Europa, cuna de la Ilustración y las revoluciones burguesas que acabaron con el viejo régimen de servidumbre y aristócratas ociosos, mezquinos y crueles, vive una situación de grave inestabilidad económica, social, política e institucional. Las clases populares más desfavorecidas y amplios sectores de las capas medias han sido los más castigados por las diversas crisis que han golpeado nuestro continente, especialmente la Unión Europea (UE), y los inmigrantes se han llevado la peor parte.
Cada país tiene sus particularidades, pero creo que las preguntas que he hecho al principio son válidas para España, Francia, Italia, Alemania, Bélgica o el Reino Unido. En este contexto tan difícil y lleno de incertidumbre, con tanta desolación y pobreza y ciudadanos pasándolo mal, parados que no tienen ninguna perspectiva de encontrar trabajo, jóvenes sin presente ni futuro, niños mal alimentados, familias que no llegan a final de mes y sobreviven gracias a las ayudas públicas, los comedores sociales y la actividad de ONG, la ultraderecha populista y xenófoba se frota la manos y se prepara para asaltar el poder. En Francia, Reino Unido, Alemania, Austria, Países Bajos, y quien sabe si pronto en España, la extrema derecha está convencida de que ha llegado su hora. Se aprovecha de la ineficacia, insolvencia intelectual y cobardía política de los partidos tradicionales para acumular fuerzas; utiliza demagógicamente la gran cantidad de problemas sociales que no se han resuelto, manipula a amplios sectores de la población, y lo peor de todo: convierte a los inmigrantes, sobre todo a los musulmanes, en el chivo expiatorio de las crisis que recorren el Viejo Continente. España no es una excepción. Por fortuna, no existe una extrema derecha xenófoba potente y organizada como en la vecina Francia, pero el virus del racismo anti musulmán se ha extendido como un reguero de pólvora en amplios sectores sociales.
Reconocer que hay un problema
Negar esta triste realidad no ayudará a resolver el problema, o al menos a frenarlo. Al revés. Unos dos millones de musulmanes viven en España. Muchos musulmanes son personas humildes y sencillas que han venido de Marruecos, Argelia y otros países islámicos a trabajar a nuestro país. No han venido ni a vivir del cuento y de las ayudas sociales ni a delinquir. La crisis económica les ha golpeado con una extraordinaria dureza. Los inmigrantes son la parte más débil de la sociedad; y los musulmanes, los que generan más rechazo. ¿Por qué? Como esto es un artículo de opinión y no una tesis doctoral, no voy a entrar a analizar a fondo las razones de este rechazo que, seguramente, tiene profundas raíces históricas, culturales e incluso psicológicas. Yo mismo me interrogo a menudo sobre las causas de este rechazo, y reconozco que en este momento no puedo ofrecer al lector una respuesta global.
Pero quiero recordar que los musulmanes en España no son una realidad homogénea, sino diversa y plural. Los musulmanes, así en general, en abstracto, son una comunidad imaginaria. Y esto vale para España, Francia o Alemania. Lo dice el investigador francés especializado en estudios islámicos Olivier Roy, profesor en el Instituto Universitario Europeo de Florencia y autor de obras como L’échec de l’islam politique (El fracaso del islam político) y Afghanistan, Islam et modernité politique (Afganistán, Islam y modernidad política). En un artículo en el diario El País publicado después del atentado contra la revista Charlie Hebdo, en enero de 2015, Roy destaca: “La cuestión de la compatibilidad entre el islam y la cultura política francesa u occidental ya no sólo atrae la atención de los sospechosos habituales: la derecha populista, cristianos conservadores o laicistas acérrimos de izquierdas. Convertida en algo que desata pasiones, ya ha calado en todo el espectro político. Ahora, la población musulmana -que no se identifica con terroristas- se teme una virulenta reacción anti musulmana”.
“El islam no es nuestro enemigo”
Comparto la posición del investigador francés y pienso como el filósofo y teólogo español Juan José Tamayo que “el islam no es nuestro enemigo. Es hora de liberarse de los estereotipos que operan en Occidente en su contra”. Sé perfectamente que los islamistas militantes sólo representan una minoría activa dentro de los musulmanes que viven en España. Hacen todo lo posible por controlar la vida de los musulmanes, sobre todo de los inmigrantes económicos y los jóvenes desorientados, pero no representan una mayoría aplastante del colectivo. Y los yihadistas violentos dispuestos a matar y morir son una ínfima parte de los ciudadanos de confesión islámica. Como suele decir Olivier Roy, la radicalización solamente afecta a una parte marginal de la juventud. En el citado artículo de El País, Roy recalca que “los jóvenes radicalizados no son en modo alguno la vanguardia o los portavoces de la población musulmana”, porque, “en realidad, en Francia no existe una ‘comunidad musulmana’”. En su opinión, “los jóvenes radicalizados, remitiéndose mayormente a un imaginario entorno político musulmán (la umma de antaño), están tan deliberadamente enfrentados con el islam de sus padres como con el conjunto de la cultura musulmana. Se inventan un islam que se opone a Occidente. Proceden de la periferia del mundo musulmán. Lo que los induce a actuar son los alardes de violencia que muestran los medios de comunicación occidentales. Encarnan una ruptura generacional (sus padres ahora llaman a la policía cuando sus hijos se van a Siria) y no tienen relación ni con la comunidad religiosa local ni con las mezquitas del barrio”.
Contra los tópicos
Olivier Roy, que sabe bien de lo que habla, no niega la existencia de un problema muy grave, simplemente arremete contra una serie de tópicos muy anclados en su país y las opulentas sociedades europeas que desde hace casi una década viven una profunda crisis económica, social, cultural, política e institucional. España no tiene el monopolio de la crisis, o de las crisis, y muchas cosas que están pasando cerca de nuestras fronteras son tan terribles o más que lo que sufren aquí millones de ciudadanos. Esto vale también cuando hablamos de xenofobia y racismo contra los musulmanes, que, como ya he señalado, no son un mundo homogéneo sino una realidad plural y cambiante. Dicho esto, me parece importante no ocultar que muchos musulmanes que viven en España y Europa tienen grandes dificultades para integrarse razonablemente en las sociedades que les han acogido. No me refiero a las personas que llegaron hace 20, 30 o 40 años de zonas rurales pobres de países atrasados y gobernados por regímenes criminales y corruptos.
Pienso también en sus hijos y nietos, que en muchos casos no han logrado convertirse en ciudadanos de pleno derecho. Es evidente que existe un rechazo social a los musulmanes; también hay discriminación económica y laboral e incomprensión a su cultura y religión. Pero no es menos cierto que algunos sectores de musulmanes no logran entender el funcionamiento de nuestras sociedades secularizadas. Si queremos, podemos marear la perdiz y decir que esto no es cierto. El problema de fondo, a mi juicio, no es solamente el islamismo político y su afán por conseguir aplicar en el mundo del siglo XXI sus fantasías ideológicas y ahistóricas. “El islam que fomenta el fundamentalismo es una religión sin cultura”, dice el poeta de origen sirio Adonis en el libro Violencia e islam. Y sin futuro, añadiría yo. El problema de fondo tampoco es únicamente el terrorismo yihadista. Ni siquiera el intento de la extrema derecha y de muchos islamófobos por confundir a la opinión pública y mezclar de manera perversa musulmanes con islamistas y terroristas.
Un país de ciudadanos
¿Cuál es entonces el problema de fondo? No puedo contestar satisfactoriamente a esta pregunta. Por mi parte, sería una temeridad hacerlo en este momento. Simplemente quiero aportar honestamente algunas ideas para la reflexión. Creo que si de verdad queremos que España sea una nación de ciudadanos, de personas con igualdad de derechos y deberes, si no queremos que nuestro país se llene de guetos, si no nos tragamos el cuento posmoderno del multiculturalismo, no podemos cerrar los ojos a la realidad. Y la realidad es lo que es y no como nos gustaría que fuera. Por supuesto que tenemos que aceptar la extraordinaria diversidad cultural que hay en nuestro país, la de dentro (vascos, catalanes, gallegos, etcétera) y la que vino de fuera de nuestras fronteras en las últimas décadas. Sumar enriquece; restar empobrece y nos convierte en mezquinos y provincianos. Pero ojo, los que defendemos un proyecto de nación cívica no somos bobos, y sabemos que negando las tensiones y conflictos no iremos a buen puerto. El ejemplo francés es muy ilustrativo al respecto. Tenemos que intentar solucionar inteligentemente las tensiones y conflictos. Sé que no es fácil, pero es mejor intentarlo en lugar de aplicar la táctica del avestruz. Vivimos en un país plural y de origen mayoritariamente cristiano católico, pero donde el componente judío y musulmán ha sido importante. Somos un país europeo mediterráneo y democrático cuya sociedad está muy secularizada, y tenemos un estado aconfesional. Una serie de leyes y normas de convivencia estructuran jurídica y socialmente esta compleja realidad. España es desde los años 90 del siglo XX un país fundamentalmente de inmigración. La inmigración ha sido positiva para España en términos económicos, sociales y culturales. También ha generado algunas tensiones, lo que es inevitable, pero la sociedad española, generalmente, ha reaccionado bien ante este fenómeno. Mucho mejor que viejos países de inmigración como Reino Unido y Francia.
El peligro del comunitarismo
Por tanto, si queremos que las cosas no se tuerzan, tendremos que actuar con mano izquierda, ser pacientes con aquellas personas que no consigan amoldarse a nuestro modo de vida, poner en marcha mecanismos de integración social, cultural y educativa, combatir la discriminación laboral y económica de los inmigrantes y luchar contra la xenofobia y el racismo. A cambio, los poderes públicos y el conjunto de la sociedad deben exigir, digo bien exigir, a las personas que han venido de fuera que se adapten a nuestro modo de vida. Si no lo hacemos y dejamos que se pudran los problemas de convivencia, si no somos valientes, España acabará siendo como Francia, Reino Unido o Países Bajos. Vendrán los canallas y sinvergüenzas de la extrema derecha y prometerán que resolverán los problemas de la ciudadanía a palo limpio y expulsando a los extranjeros pobres. Será peor el remedio que la enfermedad. El diálogo y el acuerdo son muy importantes para lograr el loable objetivo de un país de ciudadanos y no de guetos cerrados; el respeto de la ley y los valores y normas de convivencia también. No debe haber ninguna excepción cultural, ni para los musulmanes ni para los chinos ni para los ecuatorianos, salvo que queramos convertir la España del siglo XXI en una jungla multicultural repleta de compartimentos estancos.
El comunitarismo es un problema y no una solución. La única comunidad deseable y democrática es la formada por ciudadanos políticamente iguales, y esto no está reñido con la diversidad cultural, lingüística, religiosa y social. La cultura y la religión, en este caso la musulmana, de las personas que llegaron a nuestro país son respetables, por supuesto, y el estado debe garantizar su libre ejercicio; pero se tiene que hacer con la vista puesta en el objetivo común: la construcción de un país de ciudadanos donde quepan todos. Y para que quepan todos no podemos caminar por el pantanoso camino del multiculturalismo. No hay excepción cultural que valga cuando se vulneran los derechos humanos, se discrimina a las mujeres, se practica la ablación de clítoris o se impide que las niñas y adolescentes de origen musulmán asistan a clase de educación física. Estas aberraciones no tienen nada que ver con la cultura, son el resultado de siglos de opresión social y política, de analfabetismo e incultura, de utilización perversa de la religión por poderosos corrompidos y despiadados y de una vergonzosa mentalidad patriarcal, machista y reaccionaria.
Las mismas exigencias
A un ciudadano musulmán que vive en España hay que exigirle lo mismo, exactamente lo mismo, que a un español que sea católico, protestante, agnóstico, ateo, o a un peruano evangélico. Y la Justicia tendría que actuar sin contemplaciones contra todas aquellas personas que vulneran las leyes. Me da igual su color de piel, religión, lengua o cultura. Si yo fuera un maltratador y le pegara a mi mujer, tendría que ser detenido por la policía y acabar en la cárcel. Y punto. Si no permitiera que mi hija de 12 años asistiera a clase de gimnasia en nombre de no sé qué dios o religión, exactamente lo mismo, me las tendría que ver con los jueces. Entonces, ¿a santo de qué vamos a tener que aguantar que un imán retrógrado utilice el poder que le da la mezquita para lanzar soflamas racistas contra los cristianos y los judíos o defender la violencia contra la mujer? Si el estado de derecho funcionara mejor, ese individuo tendría que ser detenido inmediatamente por la policía y entregado a un juez. Lo digo una vez más: las leyes y las normas de convivencia son para todos. Lo que no significa que las leyes no puedan cambiar y las normas de convivencia no tengan que evolucionar y adaptarse a la realidad social. En este sentido, creo que los ‘buenistas’ que abundan en algunos sectores de la izquierda, la vieja y la nueva izquierda, hacen mucho daño a los musulmanes, sobre todo a las personas humildes que carecen de suficientes recursos económicos e intelectuales para defenderse de las adversidades de la vida, porque no les tratan como personas sino como seres disminuidos.
Paternalismo nocivo
Los ‘buenistas’ progres son paternalistas con los musulmanes. No les tratan como ciudadanos. Estos mismos individuos, generalmente intelectuales y profesionales pequeñoburgueses que no han tenido que luchar por abrirse camino en este mundo tan cruel, se pasan la vida rajando contra los católicos y la Iglesia de Roma, pero son comprensivos con las peores aberraciones que proceden del mundo islámico. Dicen que lo hacen para evitar la islamofobia. ¡Craso error! La islamofobia se combate resolviendo los problemas sociales, ayudando a los inmigrantes musulmanes a integrarse razonablemente en las sociedades de acogida, y defendiendo ideas inteligentes. No esgrimiendo una retahíla de lugares comunes, memeces culturalistas y consignas bobas y vacías de contenido. Los ‘buenistas’ progres no se dan cuenta que su paternalismo, además de hacerle un daño enorme a los musulmanes, hunde el esfuerzo y el admirable trabajo que llevan a cabo muchas personas de origen islámico, hombres y mujeres valientes y reformistas en los países musulmanes y en el mundo de la inmigración, por ganar la batalla a las ideas y prácticas reaccionarias y conseguir que triunfe un día la modernidad democrática.
Desgraciadamente, todo indica que los ‘buenistas’ progres seguirán defendiendo sus ñoñerías. Unos lo harán porque son, además de hipócritas, terriblemente tontos. Otros, porque sus ideas inconsistentes sirven de soporte teórico a estrategias políticas concretas. Es el caso del filósofo Santiago Alba Rico, que actualmente militan en las filas de Podemos. En una reciente entrevista con el diario catalán La Vanguardia, Alba Rico, que lleva muchos años viviendo en Túnez, declaró que “los países de la UE son políticamente mucho más radicales que los del mundo árabe”. Repito: “los países de la UE son políticamente mucho más radicales que los del mundo árabe”. No sabía que los Gobiernos de España, Italia, Francia y Alemania son más integristas que la monarquía corrupta de Arabia Saudí; y desconocía que la sociedad catarí es más progresista que la noruega. Francamente, qué revelación… Yo me pregunto: ¿A quién narices el señor Alba Rico le quiere tomar el pelo? ¿Se ha vuelto completamente imbécil el filósofo de cabecera de Podemos?
¿Odio a Occidente?
No lo creo, Alba Rico es un hombre inteligente y culto, pero sus anteojeras ideológicas, sus ideas dogmáticas, le impiden ver la realidad. Su odio a Occidente le nubla la vista. Lo siento por él. Santiago Alba Rico no es el primer intelectual de la izquierda pija y progre que suelta tonterías monumentales que son un insulto a la inteligencia y el sentido común. La Revolución iraní de 1979, que aplastó a las mujeres, colgó a los homosexuales y exterminó a los laicos, tuvo grandes defensores como Michel Foucault, historiador de las ideas, teórico social, filósofo y psicólogo. La izquierda progre y ‘buenista’ ha sido y es impresentable, ridícula y reaccionaria en todas partes. El daño que ha hecho a la Humanidad y a la propia izquierda genérica, y también a los musulmanes, es enorme. Esa izquierda irresponsable y poco ilustrada le hace el juego a los sectores más integristas de la sociedad y favorece el ascenso de la extrema derecha. Menos mal que Alba Rico, que como ya he dicho es un pensador con una sólida formación, en la entrevista con La Vanguardia, dice algunas cosas sensatas. Por ejemplo: “El islam no es un sujeto, sino muchos. Hay cuatro escuelas coránicas y un mundo de diferencia entre el islam que se practica en Mauritania y el de Pakistán”. O: “Mientras vendamos armas a Arabia Saudí va a ser complicado acabar con el totalitarismo integrista wahabí y sus derivados salafistas y yihadistas, que llaman a la guerra y al terror y frenan cualquier tentativa democratizadora”.
Perder la noción de las cosas
Santiago Alba Rico y otros intelectuales parecidos suelen decir a menudo que la islamofobia en Europa es un fenómeno más peligroso que el terrorismo yihadista de Daesh. La islamofobia es un asco y una vergüenza, pero el yihadismo combatiente ha asesinados a centenares de personas en Europa y a miles de musulmanes en los países islámicos. A fuer de comparar lo que no se debería comparar mecánicamente, uno acaba perdiendo la noción de las cosas y diciendo auténticas idioteces, y de paso convierte a escritores y pensadores como los franceses Michel Houellebecq, Alain Finkielkraut, Michel Onfray o Caroline Fourest en enemigos acérrimos del islam. Estas personalidades pueden y deben ser criticadas, ¡faltaría más!, y yo mismo no me cansaré de decir que tengo serias discrepancias con el filósofo Finkielkraut, no comparto muchas tesis de la feminista exaltada y sectaria que es Fourest, y el último y polémico libro de Houellebecq, Sumisión, no me gustó desde el punto de vista literario. Pero no me pareció un panfleto islamófobo. No creo que el filósofo Onfray, por el mero hecho de ser ateo y libertario y no comulgar con los bobos progres parisinos, sea un racista anti musulmán.
Derecho a la crítica
Algunos tienen la piel muy fina y se indignan con demasiada facilidad cuando alguien no les ríe las gracias y dice, por ejemplo, que además de no creer en Dios porque es un invento humano basado en la superstición y la charlatanería, considera que las religiones, todas ellas, han sido una tragedia para la Historia de la Humanidad. Personalmente, no comparto esta tesis, pero defenderé el derecho de quien la plantee a hacerlo en mi país. Y a quien no le guste, pues que se aguante. Siempre y cuando alguien no cometa un delito de apología del racismo o de la violencia, que diga lo que le dé la gana, que caricaturice lo que considere oportuno y que se ría de Jesucristo, del profeta Mohamed o de Buda. Ya no estamos en la Edad Media y la Inquisición dejó de existir. Nuestras sociedades democráticas se han dotado de leyes para frenar el exceso y la tropelía. El ‘buenismo’ hace un daño enorme a las sociedades democráticas, porque las desarma intelectual, política y prácticamente, y favorece el auge del obscurantismo. Como dice el periodista y analista de Oriente Medio de origen argentino Gabriel Ben-Tasgal a la agencia EFE: “Lo diré bien claro: la mayoría del islam no es radical, pero el 95 % de los actos terroristas en el mundo están hechos por musulmanes. Es un problema que existe e ignorarlo nos llevará a una situación peor que es el surgimiento de grupos neonazis de extrema derecha que odian a los musulmanes. La pasividad y el 'buenismo' reemplazados por Gobiernos de extrema derecha. Las reacciones de Europa, al ser tardías, pueden ser radicales”.