Yo, por ahora, estoy tranquilo porque cuando no es la pierna es el brazo o las lumbares, y mi traumatólogo hace un año que me dijo que no perdiese el tiempo yendo a su consulta, que lo mío se resolvía con un analgésico muy eficaz que siempre llevo encima, sobre todo cuando juego al golf con gente de mi quinta.
Pero el cuerpo no es solo una caja de resonancia del desgaste que provocan los años, es mucho más, dependiendo de quién cuente su propia historia. Según Tom Wolfe, el cuerpo de la protagonista de su novela “La hoguera de las vanidades” “estaba hecho para el placer… y su mente para los negocios”, que es una fórmula que nunca falla cuando se sabe administrar ese patrimonio de forma inteligente y adecuada a las pretensiones de triunfar en la vida, sin tener que levantarse demasiado pronto de la cama.
Algo así le ha sucedido a la ex concejala socialista más inteligente del siglo XXI, que muy pronto descubrió las ventajas de rentabilizar la fama que le había producido el error de grabarse a sí misma en un video, dándose placer en solitario.
Alguno de sus compañeros – y no quiero señalar a nadie – debería plantearse la posibilidad de hacer algo parecido con su cuerpo si quiere garantizarse un futuro de éxito, cuando lo echen del puesto que actualmente ocupa.
Hay otros cuerpos que sus titulares deberían dejar a la ciencia para que se investigue cómo y por qué fueron tan singulares a pesar de que la calidad de sus mentes dejaba mucho que desear.
Vivimos en el mercado de la estética y hoy no hace falta que ninguna persona joven estudie si la naturaleza le ha dotado de unas cualidades físicas singulares, porque con que llamen a Tele 5 y pidan hora, les ofrecen la oportunidad de desnudarse.
Lo normal es que la gente sea poseedora de una estructura corporal mejorable, pero sin exagerar esa pretensión de convertirse en modelo porque, los que no aceptan cómo son y se convierten en carne de cirujano, acaban teniendo cara de mamarracho.
Luego están otros cuerpos colectivos frente a los que tengo mi opinión y mi simpatía divididas, porque reconozco que me asusta menos el Cuerpo General de policía que el de Inspectores de Hacienda, y aunque no tengo razones para temerle a ninguno de los dos, el primero me resulta más simpático.
La lista sería interminable si incluyo en esta relación al ”cuerpo doctrinal” o al “cuerpo del delito”, que es el más intrigante de todos porque guarda secretos que solo saben desvelar los expertos forenses que lo trocean para descubrir si el asesino ha dejado alguna huella.
De todos estos cuerpos yo prefiero quedarme con el mío, aunque me duela, porque ésa es una señal inequívoca de que aún estoy vivo.