Hace algunos meses que no veo de cerca al Rey, a quien, vaya por delante, respeto y admiro, no como monárquico que me proclamo, sino como persona. En Felipe de Borbón he alabado siempre su sentido de la rectitud, la ecuanimidad, su inalterable estabilidad. Le ha apreciado muy pocos errores en su trayectoria, si no es un exceso de prudencia y cautelas que quizá no marchen de acuerdo con el signo de los tiempos que nos están tocando vivir. Por eso estuve bastante de acuerdo con un muy reciente artículo del profesor Francisco Sosa Wagner, el hombre que primero rompió con la UPyD de Rosa Díez y que ahora anda por las cercanías de Ciudadanos, aunque creo que manteniendo una posición de independiente. Reclamaba Sosa una mayor involucración del jefe del Estado cuando ya los políticos que deberían hacer funcionar el país con normalidad están demostrando una palmaria incapacidad para hacerlo. Y recordaba el profesor -creo que fue uno de los catedráticos de Zapatero, en su día- que la Constitución, en su tremenda ambigüedad, faculta sin embargo al Monarca, en sus artículos 56 y 99, para ejercer alguna función algo más decisoria que la del mero oyente de los sinsentidos y las patrañas que a veces le cuentan los representantes de los partidos que pretenden aunar voluntades para formar Gobierno.
Creo que el artículo de Sosa fue respondido, de manera indirecta, por La Zarzuela con algo así como un comunicado, inmediatamente después de la fallida sesión de investidura de la pasada semana, subrayando que el Rey no pensaba 'de momento' reanudar sus contactos con los políticos, a la espera de ver si entre ellos son capaces de ponerse de acuerdo. El Rey no quiere, pues, involucrarse más allá de las llamadas que, en privado, esté haciendo a unos y otros. Y, al tiempo se desataba una cascada de comentarios que trataban de equiparar la 'operaciòn Armada', previa al 23-F, con cualquier paso que pudiese dar Felipe VI en cuanto a proponer algún nombre para que encabece, como independiente -o lo que sea- un Gobierno de salvación nacional que proyecte las reformas constitucionales, electorales y en los reglamentos de Congreso y Senado que hagan imposible que el atasco político que padece España se perpetúe elección tras elección.
Hubo incluso algún ministro que, ante la mera enumeración de una propuesta de figura 'independiente' para evitar las temidas y temibles terceras elecciones, habló de 'borboneo', mientras otros aseguran que no quieren a nadie en La Moncloa que no provenga de las urnas y, menos aún, que provenga del dedo del Rey. Y estoy de acuerdo con ellos, aunque no tanto en que el Rey albergue ni remotamente un ansia de borbonerarnos. ¡Faltaría más que al mejor Rey que ha tenido España hasta ahora vayamos ahora a compararle con Fernando VII, o incluso con su bisabuelo Alfonso XIII! No, el recurso a soluciones extremas solamente podría venir dado de acuerdo el Rey con amplias capas de la sociedad civil y política. Pero si Rajoy y Sánchez, sobre todo este último, se muestran incapaces de facilitar un Ejecutivo por las vías 'normales' (lo que, en el caso español ya empieza a ser mucho decir), ¿qué hacer?' Soy de los que creen que si Rajoy, Sánchez (y, aunque en menor medida, los emergentes) son incapaces del menor sacrificio para sacar al país del atolladero, solamente nos queda la figura, señera, del Jefe del Estado. Que intuyo que sabe lo que se está jugando, haga lo que haga... o lo que no haga.
Un Rey cuyo rostro, fotografiado con una barba encanecida, unas profundas arrugas en la frente y una mirada algo perdida en otras preocupaciones, he visto no sin cierta alarma reflejado en la ceremonia de inauguración del año judicial, el pasado lunes. Ciertamente, Felipe de Borbón es un hombre ahora angustiado. Y no le faltan motivos para ello. Y a nosotros, tampoco.