Entre los gorilas el poder pertenece a los varones de espalda plateada. Tienen más señales de estatus: son más grandes, producen sonidos profundos, golpean su pecho, y proyectan un poderío físico inmarcesible. Las cosas no son tan diferentes en el mundo corporativo. El CEO promedio mundial de las grandes empresas mide más de 1,83 m., tiene voz profunda y buena postura, un toque canoso en su pelo y, para su edad, un cuerpo en forma. Se mantienen de pie erguidos al hablar con sus colaboradores. Su conversación está cargada de pausas de prestigio y declaraciones aseverativas.
Según The Economist, en las últimas décadas se ha visto un cambio notable en la distribución del poder entre hombres y mujeres, y entre Occidente y el mundo emergente. Varias mujeres dirigen algunas de las empresas más grandes de EE.UU. El segundo país del mundo por detrás de Jamaica con más mujeres en puestos directivos es Colombia (53% del total de mandos del país). Más de la mitad de las mayores 2.500 empresas del mundo tienen su sede fuera de Occidente. Frikis con pantalones cortos dirigen algunas de las empresas más dinámicas del mundo. Peter Thiel, uno de los principales inversores de Silicon Valley, ha introducido una regla: nunca invertir en un CEO que lleve traje.
Sin embargo, es notable en esta supuesta era de la diversidad, cómo muchos jefes todavía cumplen con el estereotipo. Malcolm Gladwell comprobó que el 30% de los CEOs de las compañías del Fortune 500 miden al menos 1,83 m., en comparación con el 4% de la población estadounidense.
Las personas que “suenan bien” también tienen ventaja en la carrera por la cima. Quantified Communications pidió a la gente que evaluase discursos pronunciados por 120 ejecutivos. La calidad de la voz representó el 23% de las evaluaciones y el contenido sólo supuso el 11%. Académicos de las escuelas de negocios de las Universidades de California, San Diego y Duke escucharon a 792 CEOs masculinos impartiendo presentaciones a inversores, y encontraron que los que tenían voces más profundas ganaban US$187.000 al año más que el promedio.
La forma física parece importar demasiado: un estudio publicado por el Instituto Tecnológico de Karlsruhe y la Universidad de Colonia, encontró que las empresas del S&P 1500 cuyos CEOs habían terminado un maratón valían un 5% más de media que aquéllas cuyos jefes no.
Una buena postura hace que las personas actúen como líderes y se parezcan a ellos: Harvard señala que llevar la frente en alto, con los pies firmes y algo separados, el pecho y los hombros hacia atrás, aumenta la testosterona en la sangre y reduce el suministro de cortisol, un esteroide asociado con el estrés (por desgracia, esto también aumenta la probabilidad de hacer una apuesta arriesgada).
El auge de las gigantes multinacionales emergentes todavía no ha generado mucha diferencia en estos estereotipos. Los jefes de estas empresas sufren a menudo el equivalente corporativo de la supeditación colonial. Visten trajes de negocios occidentales y usan jerga occidental. Y llevan a sus hijos a Harvard para que parezcan y suenen como gestores de estilo occidental.
Lo ideal sería que la selección de un nuevo jefe a conciencia dejara de lado todos los estereotipos y los aspirantes fuesen juzgados exclusivamente por sus méritos. Sin embargo, dado el gran número de candidatos, todos con currículums perfectos, los comités de selección siguen buscando el factor diferencial y curiosamente reside en la gente con un aspecto similar a ellos mismos. Otra solución es introducir cuotas para CEOs y miembros de las juntas. Pero el riesgo es que esto termina en simple formulismo en lugar de en una verdadera igualdad de oportunidades. Por ello, algunos expertos sugieren que aceptemos que los estereotipos y prejuicios no pueden dejarse de lado, y que ayudemos a los nacidos fuera del círculo genético mágico a proyectar sensación de poder y confianza en sí mismos.