O sea que, si se fía usted de la bola de cristal de un veterano y no siempre acertado observador de lo que pasa, el año puede que no sea tan, tan malo en el orden interno y tampoco tiene por qué serlo en el ámbito económico. Lo de la realidad político-económica internacional ya es harina de otro costal. Mire usted, sin ir más lejos, cómo se inició el año sangrientamente en Turquía, que es un foco de inestabilidad permanente. Y, claro, considere usted que esa potencial alianza entre el inminente presidente norteamericano, Donald Trump, y el zar de todas las Rusias posibles, Vladimir Putin, parece que provoca una enorme desazón, no abiertamente reconocida, en todas las cancillerías europeas, y desde luego en la española. ¿Puede esa alianza detener el terror fanático, cruel, absurdo, de los islamistas? ¿O puede exacerbar los atentados en ese campo de minas que es el territorio de la UE?
Son demasiadas las incertidumbres en el panorama internacional como para lanzarse así, sin casco y cuesta abajo, por la vía de las predicciones. Yo diría -desearía- que la normalidad política se mantendrá en Francia, en Italia y, sobre todo, en Alemania, donde Merkel tiene, espero, todas las bazas para ganar las elecciones generales y seguir donde está, que está muy bien, según mi criterio. Y, desde luego, creo que Rajoy, pese a las pitonisas de Año Viejo, tiene todas las bazas para discurrir a lo largo de esta Legislatura sin demasiados sobresaltos, mientras los demás se van recomponiendo de las heridas que ellos mismos se causaron. Ahí lo tiene usted: el presidente español modelo de estabilidad en Europa y faro de Occidente sin haber disparado una sola bala verbal. Quién lo iba a decir.
Solo el mentado Puigdemont puede alterar esa balanza de calma chicha en la que tanto le gusta pesarse al presidente: tiene que llegar a un acuerdo con la Generalitat, y no será sin sangre, sudor y alguna lágrima en los dos polos separados por seiscientos kilómetros. Que nadie piense que se puede ganar esa guerra intestina, tan española, sin ceder algo para ganar mucho. Es el gran reto de 2017, un reto que Rajoy tiene que compartir con todos los presidentes autonómicos, los que acudirán a la Conferencia de presidentes de las autonomías y los que, como el ya tan mentado Puigdemont o Urkullu, dicen, creo que equivocándose, que no irán. Ha llegado la hora en la que todos y no solamente Rajoy tendrán que mostrar su talla de estadistas. ¿Lo son?
Y un último apunte. Quizá el más importante. El Rey. Sabe que se tiene que ganar el trono cada día. Y en La Zarzuela saben que no fue una buena noticia la relativamente escasa audiencia cosechada en el mensaje navideño. Que no se escuden algunos en que si eran más que otros años las cadenas de televisión que ofrecían programas alternativos al discurso de Nochebuena; que no busquen otros pretextos. No: los mensajes reales tienen que tener otro contenido, más contenido concreto, y otros continentes, es decir, diferentes escenarios. Esto último no será posible en la locución del Monarca el viernes con motivo de la Pascua Militar. Pero sí lo primero: ha de decir algo tangible, no aferrarse a bondades etéreas. La territorial y la que afecta a la Jefatura del Estado son las operaciones políticas más trascendentes que los españoles tenemos pendientes, y pasan por la adopción de una serie de medidas de calado reformista que no sé si quienes tienen encomendado ponerlas en marcha serán plenamente capaces de hacerlo. Porque no, en 2017 no se puede seguir como si aún estuviésemos varados en el pantanoso 2016. En fin, que menudo añito nos espera.