Diego Armario | Martes 03 de enero de 2017
Hoy ya no es día de felicitaciones porque han pasado las fechas en las que unos se deshacen en buenos deseos y otros despotrican contra la bondad humana, pero entre la chuparquía y la respuesta malaje siempre quedará un espacio para la educación y las buenas costumbres.
Sé de gente que daría su vida por un buen ripio, y por más que se esfuerza no obtiene el favor de las musas para entrelazar tres ocurrencias seguidas, pero eso no empece para que, en horas veinticuatro, cuando llegan esos días especiales en los que todos nos convertimos en oráculos del buen futuro o de la mala baba, pergeñan cuatro líneas a modo de testamento vital destrozando la sencillez de un buen pensamiento para convertirlo en una protesta contra la sana costumbre de desear el bien a los demás .
No se resisten a que acabe el año sin haber aportado al acervo común algún improperio a modo de condena intolerante contra alguien que ha osado exhibir un conato de alegría porque cree en algo o en alguien en un mundo de desconfianzas e inseguridades.
Vivimos la rebelión de los ágrafos porque las distintas plataformas de redes sociales han abierto la puerta a quienes habiendo leído poco han descubierto su vocación de “quemabrujas” y están de guardia a todas horas para condenar a la hoguera del insulto fácil a los que osen discrepar de sus descreencias en algunas tradiciones.
Se reviran incluso contra quienes estos días juntan palabras para reforzar su significado y hacerlo más sonoro amén de hermoso, porque decir rediós suena con un énfasis que no alcanza su pronunciación en arameo.
En este oficio de contar historias, sucedidos, invenciones o mentiras, algunos que son más escribientes que escribidores, derrapan a la hora de exhibir sus tardías frustraciones en forma de anatema contra quien osa discrepar de sus fobias.
No importa ni el qué ni el cómo porque les basta el quién para darse el gusto de un desahogo, por eso yo prefiero escribir por el puro placer de jugar con la belleza de las palabras sin más pretensión que la de compartir el disfrute de esa vetusta costumbre en trance de desaparición, que pervive gracias a los amantes de galanteo verbal, adictos a seducir con el sonido de la voz.