Cuarenta partidos sin perder fueron el fin de la fiesta blanca. La traca final de los fuegos artificiales montados por Florentino Pérez y Zinedine Zidane. Despejado el cielo de los colores de la pólvora festiva, el Real Madrid ya ha perdido uno de los tres títulos a los que aspiraban. El Barcelona y el Atlético de Madrid, sus máximos rivales en los últimos años, siguen aspirando a todo, Liga incluida, por supuesto.
El Sevilla primero y el Celta después han desnudado al que ya se creía el Rey del futbol en estos tiempos. Le han dejado en cueros. Y han permitido que veamos que los blancos no tienen defensa, ni su entrenador capacidad real para crearla. Lesionados Pepe, Marcelo y Carvajal, sus sustitutos posibles están fuera de sitio: ni Danilo, ni Coentrao pueden cubrir las bandas y el brasileño, además, ve cómo le persigue la mala suerte. Es el primero en marcar, pero contra su equipo. Y el portugués ni está, ni se le espera. Costaron un dineral y su valor en el mercado, ahora, no llega ni a la mitad de lo que se pagó por ellos. Y el inefable Sergio Ramos es capaz de salvar a su equipo del ridículo en el minuto 93 del encuentro pero también de dejarle desguarnecido en el centro de la defensa en uno de sus característicos despistes, que no son pocos.
En el centro del campo, ausente Modric, el Madrid de Zidane no acierta con su distribuidor de juego. Kroos no lo puede hacer y se senté solo en ese puesto, sin nadie que le eche una mano. James podría, pero está lesionado o en baja forma. Y a Lucas Vázquez se le llama para apagar incendios y cuando la casa arde por los cuatro costados. Y algo parecido pasa con Marco Asensio, del que sólo se recuerda su carrerón de sesenta metros. El resto es individualismo del peor, quizás por sus pocos minutos en el campo y su deseo de aprovecharlos para lucirse.
Vayamos a las figuras, a los llamados jugadores estrellas, a los que más cobran y menos trabajan. Bale se pasa más tiempo en la enfermería que en el terreno de juego. Benzema se mantiene por la falta de oportunidades del club para traspasarlo o venderlo y por ser francés, lo que le une al entrenador. Tiene clase pero trabajar, lo que se dice trabajador lo deja para otros. Y llegamos al centro del problema, al intocable Cristiano Ronaldo. Ya ha perdido velocidad y poderío físico, ya no deja atrás a sus rivales. Colecciona trofeos pero está a años luz de lo que Messi o Suárez hacen por el Barcelona. Protesta más que nadie, se queja más que nadie, riñe a sus compañeros más que ningún otro pero no arriesga su físico en ningún envite. Los defensas contrarios le han tomado la matrícula y saben que del caracoleo no pasa. Si además la diosa fortuna convertida en los palos de la portería le vuelve la espalda, su aportación al juego del equipo se queda en muy poco. Desde luego muy poco para lo que gana cada año vestido de blanco.
Sin fuegos artificiales la fiesta se acaba y aparecen los restos de una nave que puede cerrar otra temporada con cero trofeos en sus vitrinas, el Madrid eliminado de la Copa va a tener muy difícil mantener su liderazgo en la Liga cuando se iguale en partidos con sus rivales. El Valencia es capaz de apuntarse a la moda y hacerle otro siete al equipo de Zidane. Y en la Europa de la Champion, este equipo da más lástima que otra cosa.