Los cachos, que es como se llama a los cuernos en la América que mejor habla el castellano, forman parte de la historia de la humanidad desde que Adán engaño a Eva por primera vez, probablemente con una cabra, de forma nocturna y alevosa.
Desde entonces hasta nuestros días la gente no lleva demasiado bien ese asunto y a veces se enfada, aunque ese disgusto resulta inútil porque no existe poder humano ni divino capaz de impedir que una dama yazca con un varón de casa ajena, o viceversa, si han decidido darse un homenaje clandestino.
En los años en los que Calderón de la Barca justificaba la pertinencia de lavar con sangre las ofensas al honor, el portador de una cabeza coronada muy a pesar suyo, corría el riesgo de morir en el lance al tiempo que convertía en gozosa viuda a la que había sido la causa de sus desasosiegos.
Desde una actitud cínica – que a veces salva vidas y protege de los infartos – lo razonable es no tomarse muy a pecho el descubrimiento de una infidelidad porque, bajo el principio de reciprocidad que convierte en solidaria la frase de “hoy por ti y mañana por mí”, todo queda en familia.
Ahora bien, lo que los afectados desean es que no se publiciten los devaneos de la parte contraria porque no es cuestión de buen gusto andar en coplas a causa de una infidelidad consentida, y en eso tienen más ventajas la gente ignota que los famosos, que son carne de cañón de los carroñeros.
Esto me recuerda que el Rey emérito, que durante años contó con la complicidad de la prensa que guardó silencio sobre sus excursiones sexuales con señoras altas cunas y bajas camas, hace tiempo que se quedó desnudo ante la opinión pública y a día de hoy se vuelven a cantar en romances populares sus devaneos con una actriz, bailarina, cantante y domadora de fieras, cuyo nombre y apellido le cuadran a la perfección.
Si es cierto – y así lo parece por los numerosos testimonios que hablan del asunto – que la beneficiada de la coyunda real era al mismo tiempo aficionada a la extorsión, esta historia traspasa el ámbito de la intimidad de la alcoba para convertirse en un asunto políticamente indecoroso.
Se anuncia que medios de comunicación especializados en la casquería están le haciendo ofertas millonarias para que cuente lo que nunca fue su intimidad porque jamás se preocupó de protegerla.
En toda esta historia solo hay un personaje injustamente perjudicado y digno: se llama Sofía.