Charo Zarzalejos | Viernes 03 de febrero de 2017
Comienzo reconociendo que conozco a pocos dirigentes de Podemos y aunque en más de una ocasión sus debates me han producido un cierto cansancio, los he seguido con sumo interés. Una fuerza política que ha logrado sumar cinco millones de votos no es ninguna broma, de ahí el seguimiento de todos sus avatares que no han sido pocos.
Hace ya algún tiempo un veterano político del extinto PCE me dijo que gestionar un partido era más difícil que estar al frente de un ministerio. "Las pasiones -me dijo- se desatan, corren por los pasillos y a veces hasta pillan asiento". En el caso de Podemos se está produciendo desde hace mucho tiempo una seria y profunda confrontación no tanto de ideas como de estrategia. Iñigo Errejón quiere un partido abierto que vaya vas más allá de los ya convencidos y hacerlo visible y útil en las instituciones. Pablo Iglesias está más en la llamada "resistencia". Cree que Podemos no puede "perder la calle". Y todo ello con una dialéctica, tanto por parte de Errejón como de Iglesias, muy academicista, alambicada y al mismo tiempo absolutamente simple. "Somos el partido de la gente" y afinando más también son "el partido de los de abajo".
Como la experiencia nos aconseja no fiarnos de lo previsible, mejor esperar al resultado final de Vista Alegre II. También en esta cita puede pasar cualquier cosa. Cualquier resultado es posible.
Mientras el resultado llega, lo cierto es que el espectáculo vivido es digno de mención. Iñigo y Pablo se declaran amigos, un sector y otro apostaron en su momento por la vía epistolar, además, naturalmente, de multitud de tweets que se ha convertido en una herramienta tan peligrosa como eficaz, a juzgar por el uso y abuso que casi todos hacen de ella. Entre ambos sectores ha habido descalificaciones públicas y en privado palabras muy gruesas y el desencuentro se ha instalado en Podemos.
Y este desencuentro se ha llevado por delante, aunque digan lo contrario, viejos afectos y antiguas complicidades y es aquí en donde se produce el efecto devastador de la política y de poder. Se da la paradoja de que la política es un "oficio", una dedicación bien digna además de necesaria que, en principio, debería sacar lo mejor que cada uno lleva dentro, pero resulta que la política es capaz de producir estragos en quienes la ejercen. Los que llevamos muchos años en este oficio del periodismo podemos dar fe de cómo el ejercicio de la política es capaz de transmutar a las personas y cuando al ejercicio de la política se suma el legítimo afán de poder se produce, en ocasiones, la tormenta perfecta. Es entonces cuando viene el efecto devastador y todo se convierte en pequeñas pero muy duras historias de traiciones.
No me atrevo a afirmar que en las discrepancias entre los dos sectores de Podemos haya historias de traiciones, pero lo que sí parece obvio es que han sido incapaces del debate sereno y discreto, de poner a salvo viejos afectos. Al contrario. La dureza del enfrentamiento ha sido, de acuerdo con algunos testimonios de ambas partes, "muy cruel".
Cuando se convocó Vista Alegre II, el PP ya había convocado su Congreso. Iglesias quiso hace coincidir las fechas para que España pudiera comparar dos modelos antagónicos. La jugada no le ha salido bien porque por mucho que se empeñen ya es tarde para que los ciudadanos perciban algo más o algo distinto a un durísimo enfrentamiento entre dos personas que a su vez representan dos formas de entender el partido. Al final, lo que va a quedar es quien es el ganador pasando a segundo plano las propuestas concretas. El pugilato entre "dos amigos" ha sido espectacular. Oficialmente se dirá que todo esto forma parte del debate político, de la confrontación de ideas y lo malo es que a lo mejor tienen razón, que, en demasiadas ocasiones, el debate se convierte en lucha de gladiadores y cuando los gladiadores luchaban solo ganaba uno. Carolina Bescansa ha dado un paso atrás para, luego, atender al herido.
Tenía razón el veterano político del PCE: en los partidos, las pasiones corren por los pasillos.
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