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El debate sobre el estado de bienestar

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José Manuel Pazos | Martes 21 de octubre de 2014

El capital humano. Proteger el capital humano es uno de los logros de mayor distintivo de las economías desarrolladas. Pocas cosas llegan desde la economía a los ciudadanos con más fuerza que aquellos temas que afectan a la red de protección social que se ha ido tejiendo a lo largo de muchas décadas. El modelo español, semejante al de otros países de nuestro entorno, sufre sin embargo de males propios que hacen sospechar a los ciudadanos de la estabilidad y continuidad del sistema.

Al terrible modo de funcionar de nuestro mercado de trabajo, en el que se estratifica a los trabajadores, y en el que una parte considerable de los mismos se ven expulsados y sin expectativa de retorno razonable, se suma una sociedad que ha optado por una de las menores tasas de natalidad  de mundo, confluyendo lo peor de dos problemas, paro y envejecimiento, que hacen visible para la población  la amenaza que a medio plazo se cierne sobre el estado del bienestar.

Por si fuera poco, nos arriesgamos a la pérdida de lo mejor de nuestro capital humano que se ve abocado a buscar salidas abandonando un país que no es capaz de ofrecerle oportunidades. Algunas zonas de España, y algunas ciudades se quejan de sufrir esa descapitalización, y se preguntan con temor por su futuro.  

De cómo se aborden la reforma del mercado de trabajo, y el problema del envejecimiento, dependerá la calidad de lo que se extraiga por el otro extremo de la ecuación: el estado de bienestar.

Como abordar el devolver al mercado a un ejército de desocupados, es lo inmediato. Habrá que decidir si lo hacemos estimulando la contratación, o solo esperando a cobrar algún día más o menos lejano, el dividendo de invertir en cambio e innovación, y que sea este cambio el que genere nuevas oportunidades de empleo.  Cuanto más tardemos, más arriesgamos a perder a los mejores, y dada la situación de partida, con casi cinco millones de desempleados, no parece que dispongamos de demasiado tiempo para pensar y probar.  El peligro sobre el estado de bienestar hasta ahora disfrutado es evidente y habrá que aspirar a gestionarlo de modo cada vez más eficiente y tratando, tal y como se intentó con las pensiones en el llamado Pacto de Toledo, de mantenerlo alejado de la mucha demagogia que pone en esto la diaria política.

La reforma del sistema de pensiones. La sostenibilidad del sistema sanitario. La protección al desempleo. La reformas en la educación y su papel como generador de oportunidades.   Cada uno de estos cuatro apartados, sanidad, pensiones, protección y educación, están en la resultante de la ecuación.  Si no se introduce por la otra parte trabajo y fórmulas que faciliten su creación a través de una revisión no solo del funcionamiento del mercado, sino de la carga impositiva que padece, el estado de bienestar está condenado a una sucesión de revisiones a la baja que acabará por afectar a la estabilidad social. Y es que el mantenimiento de los niveles de desempleo actuales es incompatible con el funcionamiento de una economía avanzada, en la que cada vez menos han de soportar el peso de más.  

Establecer límites a la protección, es la primera manifestación de un modelo que se agota. No resuelve el problema. Puede ser necesario de modo transitorio, mientras transcurre el tiempo preciso para que las reformas dinamizadoras den sus frutos.

Abordamos el retraso de la jubilación como respuesta a una mayor longevidad. Ese es un cambio estructural aceptable para una sociedad avanzada. Puede ser también aceptable introducir cambios en los sistemas de reparto y protección de modo se corrijan ineficiencias y se busque un mayor equilibrio entre contribución efectuada y protección recibida.  Lo que la población difícilmente aceptará es un proceso de deterioro del nivel de asistencia, que ponga de manifiesto un agravamiento de la pobreza y de las diferencias sociales.  Reformas, ajustes para volver al equilibrio. Esto si. Deterioro, y manifestación de crecientes diferencias, esto no.


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